Monday, September 29, 2014

America - trains, planes and automobiles

Lunes, 29 de Septiembre de 2014


Última mañana en Illinois. El Grillo y el Churk se levantan temprano y, con cara de sueño y aspecto de resaca se van en busca de un último café de la lista. El lugar elegido, a veinte minutos andando por encima de las crujientes hojas otoñales, es el Ipsento Coffee House. Encantador café con encantadores perros y desayunos con nombres de escritores pretenciosamente deliciosos. Nos pedimos un Mark Twain y un Ernest Hemingway. El resultado fue quizá el mejor croissant con queso, huevos, tomate y espinacas que he comido jamás, y un buen café a nombre de Bepah, que es lo que el barista hipster buenamente entendió.
A la vuelta paramos en el Green Corner, uno de esos lugares blancos e insípidos que licuan verduras para tu disfrute de zumos saludables. Allí Grillo cameló a la china que lo regentaba para que nos diese tres zumos por diez dólares y así poder llevar uno a Pachi y aliviar el sentimiento de culpa que nos acechaba por haberle abandonado.



Siempre es un poco estresante tener que irse de un lugar dejando las llaves dentro, por lo que hay que estar absolutamente seguro de no haberte dejado nada. De ahí al espectáculo obsesivo compulsivo que nos brindó el Grillo hay un trecho, pero voy a obviar los diagnósticos clínicos de este evento y decir simplemente que sí, que nos fuimos de casa de Jeff y no nos olvidamos nada.

Tras el fracaso del taxi de ida, era obvio que cogeríamos el L Train para volver a O’Hare, sabia decisión a la par que un bello tránsito despidiéndonos de los tejados de Chicago. Pachi y Car son gente de ir a aeropuertos con tiempo, pero pudimos colar otro paseíto con maleta antes de emprender el viaje. Tomamos unas cervezas en el Big Star, lugar de Tacos frente a Milwaukee Ave, mientras hablábamos del teletransporte y de qué haríamos cada uno con la oportunidad de utilizar ese medio de movilidad.

En los aeropuertos casi nunca pasa nada interesante ni divertido, todo es agobio, gente, pasillos y comida de mala calidad. Yo comí bagel con patatas fritas, mi alimento estándar de aeropuerto de USA, y nuestro avión se retrasó dos horas y todo era asqueroso. Señoras que hacen aerobic en la puerta de embarque y ningún souvenir para mi mausoleo.

No recuerdo nada digno de mención del periodo de cuatro horas de vuelo, así que sin más diré que aterrizamos en Seattle, Washington, con retraso pero soltura. El aeropuerto de Seattle tiene un mix de decoración entre grunge y esquimal, y la zona de fumar está en la punta absolutamente contraria de la parada de taxis. Por supuesto fuimos a echar una fika igual, no vaya usté a creerse que no. Llegamos en la noche por la carretera, pasamos por la fábrica de Boeing y el cementerio, vimos a lo lejos el puerto y las montañas.

El taxi nos dejó en la puerta de casa en la cima de la cuesta. Pachi tiene una gran casa con un gran jardín que disfrutaríamos más adelante. Nos advirtió que, acercándose Halloween, su casa estaba llena de arañas falsas en lugares estratégicos. Había una en el pomo de la puerta que todas las veces sin excepción asustaría al Grillo.
Ahora dejaríamos las maletas y nos iríamos a uno de mis sitios favoritos, el 9 Million in Unmarked Bills, que sirve excelentes hamburguesas veganas con bacon falso del que me gusta a mí, y tomaríamos eso y unas cervezas en la mesa que ya es la mía (sí, sólo he estado dos veces).



Había sido un día largo y en gran parte insípido, y tras una copiosa cena lo lógico era largarse a dormir para empezar el día siguiente, un día lleno de tensiones y sucesos extraños.
Pachi aceptó el reto de subir la cuesta a su casa corriendo. Luego vomitó.


Martes, 30 de Septiembre de 2014

De buena mañana hicimos café y estrenamos nuestras tacitas perfectas cortesía del camarero del Reno en el jardín mirando las colinas.



En las cuestas de bajada hacia la civilización hay manzanos que pierden sus frutos. La costumbre local, según nos cuentan los habitantes del vecindario, es coger una manzana por cabeza y hacer que ruede cuesta abajo en una trepidante carrera que vence el contendiente cuya manzana haya cogido la mayor tracción. Mi manzana cayó, tras un buen comienzo, en una triste alcantarilla con hojas mojadas, y el Grillo venció de chiripa en la segunda vuelta.

El segundo café sería cortesía del Fremont Coffee Co, donde nos sirvieron cafés de Halloween. Os digo que esta gente está obsesionada con Halloween un mes antes de la fecha.
El Fremont tiene un patio maravilloso para fumar y observar la naturaleza y la extraña decoración de He-Man haciendo surf.



Nuestro plan era alquilar un coche e ir a la isla de Bainbridge, visitar el pueblo de Port Townsend y luego algún parque natural. La cosa empezó un poco torcida ya que Grillo no había traído un calzado adecuado para caminar por los bosques, y paramos en la tienda de deportes más cutre y barata del estado de Washington a ver si podía obtener algo. No sé a quién queríamos engañar probando botas tipo Quechua y zapatillas Nike rosas, pero pasamos allí unos cuarenta minutos de agonía. Tras abandonar la tienda sin ningún zapato, nuestros nervios estaban ligeramente a flor de piel y tuvimos unos pequeños gritos en el coche.
Cordialmente solucionado el conflicto, nos dirigimos al ferry que nos cruzaba a la isla. El ferry es un mágico aparato con bellas vistas de Seattle y Bainbridge. Hicimos fotos y yo sobre todo me helé como un perro.

Conduciendo hacia el norte pasamos por la granja de Chimacum, donde paramos a comprar cervezas orgánicas y echar unas fikas rodeadas de pick up trucks y “howdy folks” mirando las montañas en un momento idílico campestre.



Seguimos en el coche hacia Port Townsend. Port Townsend es un pequeño pueblo de aspecto cinematográfico sin habitantes cuerdos. Es un hecho. Cada personaje que te cruzabas por las calles tenía aspecto de estar completamente loco. Esto se corroboró al ver un cartel que así proclamaba “We all live here because we’re not all there”.
El siguiente plan era comer en Sirens, un local muy auténtico con una buena terraza donde desafortunadamente no se podía fumar. Pedimos una pizza y Grillo se pidió una clam chowder, cosa que nunca había probado y que degustó con mucha ilusión. Compartimos los tres la pizza que contenía demasiado ajo y nos sobró una porción cuyos bordes Pachi había roído cual rata. La camarera, amablemente, nos preguntó si nos queríamos llevar el resto de la pizza, a lo que Pachi y yo respondimos al unísono “No” y Grillo, al mismo tiempo, “Sí”. Esto generó un nuevo conflicto “te gustará luego tener la pizza en el maletero”, “nadie se va a comer esa pizza de bordes roídos”, “ni siquiera estaba especialmente buena”, “luego tendrás hambre y te arrepentirás”… La camarera trajo una caja para que metiésemos el trozo de pizza en ella, y así lo hicimos. “Mira yo no voy a coger la caja de la pizza, yo me voy a fumar, haced lo que queráis con la puta pizza”.

Pachi y yo dejamos la caja de la pizza encima de la mesa y nos fuimos. Qué error. Qué grave error.

Habiendo abandonado la caja de pizza en el restaurante, dimos otro paseo y buscamos un café. Pasamos por sitios encantadores como el Rose Theatre, cine antiguo cuyas palomitas tienen fama internacional, por algún motivo.
Probamos dos sitios cuyos letreros anunciaban “Café”. En ambos nos miraron como si fuésemos nosotros los que estábamos completamente locos por pensar que en sus establecimientos servían café.



Afortunadamente, al lado de la playa, estaba el Better Living Through Coffee, un lugar encantador regentado por locas en el que nos ofrecían café con leche de arroz. Lo pedimos y lo tomamos mirando al mar, nos hicimos unas fotos y pensamos que todo iba bien. Grillo, como buen grillo, metió los pies en el mar con sus vaqueros remangados creyéndose un grumete, para luego volver por la arena descalza arrepintiéndose de ello, dada la posibilidad de que hubiera trescientas mil jeringuillas de los heroinómanos de Port Townsend.



Nos fuimos al coche a seguir nuestro camino hacia la aventura del parque natural. Tendríamos que haber ido al fuerte indio, o al parque de los ciervos, o a la reserva de no sé qué. En su lugar decidimos ir a Anderson Lake State Park. Una vez allí, tras un laborioso camino, una señal indicaba la necesidad de pagar por entrar. No había dónde pagar ni nada por el estilo, pero ahí estaba la señal. Avanzamos cautelosamente hasta que llegamos al dichoso lago. En el lago había otra señal. Esta señal indicaba que por una plaga tóxica mortífera, el lago estaba cerrado al público. A mí personalmente me invadieron el terror y la sensación de fracaso extremo, así que decidimos que no íbamos a bajarnos en el parque para que cayese la noche sobre nosotros y perecer atacados por una plaga tóxica en medio del bosque de pinos para que una familia de Iowa encontrase nuestros cadáveres tres días después. En este punto tendríamos que haber sospechado que algo no iba bien y no era casualidad.
En el coche se podía escuchar el rechinar de nuestros dientes mientras decidíamos qué leches hacer ahora con nuestro escaso tiempo de luz restante. Decidimos que camino de Port Ludlow hacia el sur, había unas playas estupendas donde seguramente podríamos parar a tomar una cerveza antes de volver a Seattle, pasando por el casino indio. Yo miraba el mapa de la isla y no veía más que excelentes recovecos que daban al mar. Port Ludlow no existe, ni existen tales recovecos, pues son urbanizaciones privadas. En una de ellas, un niño con un perro nos saludaba al pasar con el coche con cara de Niño del Pueblo de los Malditos. Al ver que no iba a ser posible encontrar un bar, volvimos a la carretera, paramos en una gasolinera, compramos unos víveres y pedimos direcciones hacia alguna playa. El gasolinero nos envió por donde habíamos venido de manera sospechosa. Logramos llegar a una especie de resort de jubilados que daba a una pequeña playa, cuando ya había anochecido por completo.



Fue allí donde, todos enfadados por el fracaso y las poco fructíferas vueltas en coche, nos dimos cuenta de lo que estaba ocurriendo. La de la pizza, enfurecida por nuestro rechazo a llevarnos el último trozo tras su esfuerzo en traernos la caja, había mandado la señal a toda la isla de locos de joder a los tres españoles del Volkswagen. Los empleados de los cafés tenían como misión desorientarnos, el guardabosques de Anderson Lake había colocado carteles de peligro de muerte con el propósito de hacernos temer por nuestras vidas, el niño de la urbanización era un decoy para hacernos sentir a salvo, el gasolinero tenía órdenes estrictas de hacernos perder la cordura. Todo por el pequeño inconveniente de no llevarnos la pizza como habíamos establecido.
Declaramos a La De La Pizza la ganadora de hoy, habiendo logrado nuestro fracaso en una venganza llevada a cabo con excelencia, y no fuimos al casino ni hostias, nos fuimos de vuelta al ferry en un accidentado camino de ansiedad. Nos sentamos a fumar en el muelle esperando a que llegase el barco y mirando a ver si veíamos una incursión nocturna de mapaches que nos habían prometido. Apuesto a que La De La Pizza también había sido capaz de persuadir a los mapaches para que no saliesen esta noche.


De vuelta en la seguridad y cordura de Seattle, aparcamos el coche frente al Backdoor, una bonita coctelería/lugar de comer grasa y tomamos allí unas bebidas y unas patatas fritas. Hacía frío y mi espíritu había sido hundido por la venganza. Tú ganas, camarera de Sirens. Tú ganas.

Sunday, September 28, 2014

America, Day 3 - Su bañera es más grande que el Lago Michigan

Domingo, 28 de Septiembre de 2014


El alojamiento en Chicago no es barato. Es por eso que me dio bastante trabajo optimizar el proceso de selección de residencia via Airbnb. Me desesperé un poco y finalmente cogí al que me aceptó, lo que resultó finalmente ser una sabia decisión. Sin embargo, nada más efectuar mi reserva y consecuente desembolso de efectivos, me aprobó otro tipo que, de haber cuajado, quizá ahora os estaría contando la historia de cómo nos conocimos, nos enamoramos, nos casamos, y ahora estamos de luna de miel en el Gran Cañón del Colorado. No se dio el caso. Pero era un buen tipo, así que me recomendó una lista de cafés por orden de preferencia que bien podía haberla escrito yo, puesto que el Wormhole era el primero.


Esa mañana, de acuerdo tanto con la lista de mi marido como con mi lista de foursquare repletita de planazos, acudimos al Buzz, Killer Espresso, a tomar el primer café take away del día. El barista hipster era un poco borde, la barista goth era un poco goth, pero el café era excelente, incluso el regular Latte que bebí por accidente e implicó que el barista hipster borde fuese aún más borde. No importó, había unos perros fabulosos por el vecindario  en ese domingo de sol.



Tras otro paseo por Milwaukee Avenue, con nuestro take away coffee, volvimos al Filter a desayunar. El domingo es domingo en todas las ocasiones, y es menester disfrutarlo haciendo un poco el vago, sin que importe la localización geográfica. Desayunamos sándwiches con huevos y más cafés, y el Grillo creó un poco de su arte mientras Pachi y yo mirábamos nuestros móviles, así en general. Es lo que hace la gente. No me siento orgullosa de ello, pero vivo en esta era. Cuando se rompa mi iPhone, cambiaré, y me haré del movimiento antitecnológico de Transcendence, y mandaré postales, y dejaré crecer mis cejas, y llevaré ropa de cáñamo hecha por mí. Pero eso es otra historia.



Decidimos ir paseando de nuevo hacia Bucktown para ir caminando a Lincoln Park. Pasamos por la iglesia Luterana de Wicker Park. Car dijo que si tuviera que tener una religión, probablemente sería luterana. Es una de esas cosas que dice Car sin saber realmente quién fue Lutero ni por qué hizo una religión, pero esto no le impide entrar en la iglesia a echar un vistazo. Pachi y yo la esperamos en la puerta lo que pareció y fue un rato bastante largo. Cuando por fin salió, venía con doce folletos sobre la iglesia luterana, sus actividades de los domingos, la información sobre el coro góspel y la anécdota de la animada conversación mantenida con el Pastor Jason Glombicki. Os diré que cada vez que Grillo entra a alguna parte sale con doce folletos, y no lleva un bolso en el que quepan doce folletos, así que acabo acarreando en mi saco todos los panfletos sobre todas las curiosidades de cualquier ciudad. Y realmente sólo tendría que entrar aquí http://www.wickerparklutheran.org/
Bueno, venga, Transcendence.

El transporte público en casi todas las ciudades de América está orientado a los trabajadores que quieren evitar el tráfico para entrar o salir del Downtown. Eso significa que si tu origen o destino no es Downtown, no es posible ir de un sitio a otro en un transporte público de calidad. Esto nos lleva a los que gustamos de visitar los barrios adyacentes a tener que recurrir a caminar. Caminar es bueno, si bien a veces la gente quiere matarme por querer caminar tanto. El caso es que para ir de Wicker Park a Lincoln Park, dos barrios magníficos con extremo encanto, o coges dos autobuses que tardan una hora en total o caminas cuarenta minutos. Para mí es un no-brainer. Right, Kevin Bacon?
El camino cruza una zona industrial, un puente steampunk sobre el río de Chicago, un vertedero de neveras viejas y un par de autopistas. Para mí fue un camino encantador, pero es cierto que si pudieras recorrerlo en bici o en carromato sería un uso más agradable de tu tiempo y energía.





El Oeste de Armitage Avenue tiene mucho más encanto que el Este de Armitage Avenue, aunque también ayuda el hecho de que no son las dos de la mañana y no estás perdido en Little Puerto Rico.
La calle está llena de lugares de desayunos, brunches, tiendas de diseño, chorradas, bagels, donuts… Todo en esos edificios de la gama de colores Solo En Casa que tanto me agradan, todos decorados ya de Halloween, no vaya a ser que les pille el toro, quedando sólo poco más de un mes para la fecha.
Desafortunadamente ya era la hora de querer tomar una cerveza, y el paseo acabó tornándose en la búsqueda de un bar. Lincoln Park está rodeado de universidades y por consiguiente dirías que bares. Y en efecto hay bares, pero de nuevo nos encontramos en la tesitura del domingo de fútbol americano, y los bros, y el hecho de no poder fumar. Yo quería seguir caminando hasta el parque pero me hicieron callejear hacia señales de bares que estaban cerrados. Mi falta de 3G me impedía mirar mi foursquare, y tuvimos que ir un poco a ciegas hasta un bar que indicaba uno de mis offline maps. TRANSCENDENCE.
El bar era el colmo del Bro, con el atronador fútbol, y no era una posibilidad real.
Por suerte, a su lado se encontraba el Galway Arms, típico pub irlandés con una semejanza bastante plausible al Waxy O’Connors, donde se decidió que habríamos de repostar. Allí, Pachi y yo sacamos nuestros móviles, y El Grillo se fue al baño.
Cuando habían pasado unos cuarenta y cinco minutos, decidí ir al baño a buscar al Grillo. Estaba allí, por primera vez en varios días. Decidí dejarla, dándole la contraseña de la Wifi para su entretenimiento. Cuando por fin subió, tuvo este otro entretenimiento:



El siguiente paso era ir al parque, a ver el Diversey Harbor y por fin el lago Michigan. Como siempre, la gente quiere comer, así que Pachi fue al Subway y Car a por una manzana seca a un convenience store. Yo preferí abstenerme como es habitual hasta que la alimentación fuese óptima.

El parque tenía un precioso lago, fuentes para perros, y algún que otro loco, pero no en exceso.
El grillo andaba buscando otro baño (no sé) y acabó yendo a un port-a-potty del terror. No sé en qué situación tendría que encontrarme yo para ir a un port-a-potty, pero no me lo quiero imaginar.

En el puerto miramos los barquitos y la ciudad al fondo, sentados en un escalón de piedra estilo Eurípides. Veíamos una curva que parecía llevar a la costa pero nadie salía o entraba de allí y no sabíamos si haríamos un camino inútil que nos iba a llevar a una autopista. Finalmente fluyeron los peatones y nos decidimos a ir hacia allí. Y menos mal, pues nos topamos de bruces con la gran masa de agua azul majestuosa que es ese lago. Menudo flipe. De nuevo, y para mi infortunio, mis compañeros de viaje no estaban en el mejor humor. Supongo que es por comer Subways y manzanas secas.




En Chicago hay que pasar bastante más tiempo del que nosotros habíamos estimado, y siendo este nuestro último día completo, no pudimos pasar la tarde tirados en el suelo de la North Avenue Beach, pues era menester ir al museo.
Perdimos nuestro tiempo, una vez más, buscando un taxi en la puerta de un hospital. Aún no habíamos descubierto el placer del Uber. Conseguimos llamar y que viniera uno, milagrosamente. Nos llevó por la costa a la puerta del Art Institute of Chicago, a una hora de que cerrase sus puertas.
Pachi decidió quedarse fuera leyendo su libro de Tolstoi, y Car y yo conseguimos comprar las entradas de última hora, que rebajan su precio de 23 a 10 dólares. Tuvimos que correr por el museo, al ritmo de Please Please Please Let Me Get What I Want en instrumental, de la mano con un grupo de niños, mirando a la niña de Seurat fijamente y buscando los cuadros críticos.



El Elton John y Ru Paul estaba en una exposición temporal y me lo perdí, pero vimos unas cuantas obras magníficas que llenaron nuestras vidas de gozo y propósitos.





Nos cerraron en la cara cuando habíamos subido las escaleras a todo trapo rumbo a Picasso, pero en general fue una visita fructífera. Salimos e hicimos unas cuantas fotos de nuestros alrededores, y de una china que lo pidió. Echamos una buena fika y luego fuimos en busca de Pachi, que estaba en el jardín del museo, donde había gente bailando tango de una manera organizada. La gente que hace cosas tiene mi admiración.

Mi intención era caminar hacia uptown y quizá visitar el John Hancock, pero no era una intención realista, pues se iba a hacer de noche y no íbamos a llegar jamás, especialmente cuando por el camino, de nuevo perdimos al Grillo dejándola que entrase a un supermercado de esos bonitos. Otros veinte minutos.

Lo realista era coger el L Train para volver a Logan Square y disfrutar más del área, y así lo hicimos. Dimos un paseo al atardecer eligiendo el lugar óptimo para nuestra cena entre todos los que teníamos en la lista de foursquare repletita de planazos. Paramos en una tienda de comics fantástica donde el Grillo me regaló el fabuloso libro de The Oatmeal del perro.
Entramos en el bar más hipster de la lista, el Longman & Eagle. Tenía ese ambiente Hackneyano, con esa decoración cuidada con cabezas de animales muertos y ese público en el que rezuma la estupidez snob. Mientras la hostess nos contestaba con esa bordería estudiada que les enseñan en Hipster Snob Hostess School, y teniendo claro en ese mismo instante que no permaneceríamos en ese establecimiento, robé unas cerillas con un diseño espléndido y salimos escopetados de allí.
Nos decidimos por el Reno, de ambiente familiar, simpáticos camareros (hipsters) y pizzas de aspecto excelente. Fue una gran elección. Mientras mis comensales disfrutaban de sus ensaladitas, yo esperaba pacientemente mi pizza. El Grillo no paraba de declarar lo deliciosa que estaba su ensalada. Pobre infeliz, si bien cuando el Grillo gusta de una buena ensalada, no se callará jamás al respecto hasta que finalice su ingestión.
Mi pizza fue un acierto digno de los anales de la Historia, que me proporcionó calor y satisfacción. Otro gran acierto fue pedir unos espressos. Cuando llegaron los espressos el Grillo había ido a fumar, y yo dije “verás como cuando llegue el Grillo no podrá dejar de admirar la perfección de estas tazas”.



Antes de partir, decidimos preguntarle a nuestro simpático camarero hipster de dónde procedían esas buenas tazas. Cuando nos contestó que de internet y de China, decidimos preguntarle si nos vendería unas buenas tazas. Nos regaló dos, diciendo que las metiese en mi bolso y saliese corriendo. Mi primer souvenir de América, gratis y con una buena anécdota a su respecto. Gracias, buen camarero. A día de hoy disfrutamos de estas buenas tazas en el hogar de Madrid.

Salimos energizados y con buen humor rumbo al Whistler, un cocktail bar semiclandestino donde había comedy shows y un buen patio de fumadores. Al lado de este garito estaba la tienda de fotografía y fotomontajes que más feliz me ha hecho desde 1984. Debajo mi ejemplo favorito.



En el club, el show de comedia era un grupo de chicos y chicas eligiendo gente del Tinder en sus móviles. Para mí esto no tenía ningún sentido ni ninguna gracia, así que tras unos minutos de observarlo con perplejidad, salimos al patio de fumar. Abusamos bastante del patio de fumar, y pasaron las horas hablando de Pablemos y de Economía y del Nuevo Orden Mundial en tonos acalorados. El Grillo entraba y salía a ver los shows pero nosotros seguíamos fumando ahí.
Preguntamos a algunos de los residentes locales mexicanos que nos indicasen algún lugar donde pudiéramos ir a bailar, y todo el mundo parecía estar de acuerdo con nuestra primera elección que era el Danny’s Tavern, que pillaba bastante cerca del hogar. Buena música y abierto hasta tarde cada día de la semana.

Ciertamente el Danny’s era un garitazo/cueva con un gran DJ, pero ahora era mi turno para estar un poco de mal humor, pues en general la gente loca y borracha no suele ser de mi agrado cuando no soy uno de ellos. La camarera loca bailaba encima de la barra, la gente encima de los sofás, y se caían y no se partían el cuello y morían por milagros de la providencia. Finalmente me senté en la barra a pedir cervezas y hacerle un dibujo al grillo en su cuaderno de viaje que jamás será terminado.
Cuando ya me había acomodado al bar y estaba disfrutando, lo cerraban y nos tuvimos que largar. Volvimos paseando y disertando sobre el impacto que había tenido en Pachi el ligoteo desenfadado de la camarera loca hacia su persona.

Jeff, el dueño de nuestro pisito de Bucktown, es un tipo afable. Nunca llegamos a conocerle en persona, pero a pesar de que no limpie muy bien su morada, se nota en el ambiente. Es un tipo que admira a Buda, eso es así. El Grillo llegó a casa y se tumbó en las piedras falsas que Jeff tenía como alfombra de relajación, y admiró a Buda. El vino.

Y así concluye nuestro domingo en Chicago. Como nota, he de decir que he escrito estas líneas mientras tengo a mi alrededor a una familia loca que es la mía propia, que se tiran cáscaras de mandarina los unos a los otros a ritmo de Fats Domino, irrumpiendo en mi proceso laboral y dificultando mi concentración.

Sólo quedan ochocientos días que narrar. Hasta la próxima.

Saturday, September 27, 2014

America, Day 2 - Todo en un Día

Chicago. Sábado, 27 de Septiembre de 2014



En ocasiones, el jet lag nos proporciona ciertas ventajas ante la adversidad. Para una persona como yo, cuyos cabellos de Tina Turner se rebelan en la noche convirtiéndose en un amasijo de aceite y mugre, abrir los ojos a las cinco de la mañana en unas vacaciones en las que quieres salir de casa lo antes posible para respirar la brisa del lago Michigan, es bueno. Nadie tiene que esperarme a que termine de secar y peinar mi pelambrera, porque ellos duermen.
Sin embargo, no deja de ser un poco aburrido que sean las seis de la mañana y la gente duerma. Por suerte el Grillo también tenía su fresco jet lag y se despertó poco después de mí. De desayuno, echamos una buena fika en la acera.
Salimos a explorar un poco y a por un buen café, dejando dormir a Pachi, el cual sólo tenía encima la diferencia horaria del Pacific North West.
Destino: el Wormhole Coffee, el primero en mi lista de foursquare repletita de planazos. Contiene un Delorean de verdad en el techo, un Han Solo a tamaño real, el Halcón Milenario de Lego y sobre todo unos buenos Soy Lattes para que el Churk se nutra de su sustento diario. Varias veces.



Para llegar hasta allí, cogimos todas las callejuelas de Alta Fidelidad (the movie). Todas las casas están cuidadas, tienen fachadas de colores huckleberryfinnescos, jardines con perros que te ladran con la ansiedad de hacer un buen trabajo como guardianes, y banderas de los Estados Unidos de América. Eso es así.
Árboles altos, crujientes hojas amarillas en los caminos, ni una sola papelera para tirar tu fika y ni una fika en el suelo. Acéptalo, Ford, ya nadie fuma.
Tampoco se puede fumar en las terrazas de los garitos si están a menos de cinco metros de la puerta de entrada, por lo que el disfrute de un café matinal con una buena fika en las mesitas de madera de la puerta del Wormhole no es posible. Nada me gusta más a mí que andar con mi café para llevar en una mano y mi fika en la otra; pero al Grillo, famoso por no saber hacer dos cosas - como andar y sujetar un café - a la vez, se le complica el asunto. Pobre Grillo.

En el Wormhole dimos nuestras felicitaciones al barista, un amable hipster muy parecido al albino de Yo, Yo Mismo e Irene, por un excelente latte art de 13 dólares y unos buenos zumos de naranja.
Cuando tienes ocho cafeterías distintas en tu lista de foursquare repletita de planazos pero sólo cuatro días en una ciudad, hay que optimizar los horarios, las rutas y la prioridad de la visita a cada una de ellas. El siguiente lugar en proximidad era el Filter Café, y decidimos que iríamos a por otro take away para emprender callejeando desde allí la vuelta a casa para despertar a Joaquinín.
El Filter es el salón de una casa muy grande lleno de sofás de tapizados kitsch y gente con Macs. Si Los Visitantes del Siglo XIII apareciesen en un café moderno de USA, imagino que pensarían que el Macbook es un accesorio del futuro, como lo podrían ser un bolso o unos zapatos. Pues esto lo escribo en el DELL del trabajo, qué pasa.


El café del Filter fue satisfactorio, si bien no tanto como el del Wormhole. Quizá el Grillo sobrepasó su número óptimo de cafés, y su caminar se tornó carrera espídica laberíntica de “Vamos, Lapú!”, y su correr en círculos bien podía haber originado un pequeño vórtice autónomo y espontáneo. Pero es que Milwaukee Avenue es  bien merecedora de un buen correr en círculos, pues la felicidad que proporciona es máxima, con sus edificios de [ladrillo y escaleras de incendios bien cinematográficas, su tren elevado con cables descubiertos bajo el cual te sientes Ellen Aim siendo rescatada por Tom Cody, y en cualquier momento pueden aparecer una banda de bandidos con antifaz a tratar de mangonearte, pero tú te defiendes con tu navaja de tres al cuarto mientras suena el blues…]
El Grillo tomó el teclado porque yo nunca habría hablado de Calles de Fuego. Dejémoslo pasar. Banda de bandidos…

Anyway.

En el paseo, los vecinos te saludan por la calle, porque son midwesterners. Sus perros, que asumo también son midwesterners, también te saludan. Todo es FOLK.



Despertamos a Pachi en casa, nos acicalamos un poco más, y volvimos a salir, más o menos por el mismo camino, otra vez al Wormhole a tomar más café. Esta vez lo disfrutamos en el interior, en el sofá, jugando a un videojuego de los ochenta que creíamos que era de un pollo saltarín. https://www.youtube.com/watch?v=SxGsCY5twOs
Al ver la portada me di cuenta de que era una justa sobre un avestruz volador contra un pterodáctilo. No se me daba muy bien.
Descansamos un rato más mientras Grillo dibujaba sus acuarelas, y después exploramos más las tiendas del barrio. Reckless Records, Goorin Bros Hat Shop, Myopic Books de nuevo, y un par de nimiedades como Dr Martens o Levi’s. Pachi se compró un sombrero, pues le dio envidia el mío. Volvimos a Reckless Records a hacernos un buen fotomatón de recuerdo, para inmortalizarlo en el diario de viaje que nunca será completado.

Alrededor del mediodía ya es la hora de la cerveza. Hacía un día soleado y perfecto para tomar cervezas en terrazas. Anduvimos buscando una buena terraza para tomar cervezas, aunque no se pudiese fumar en ninguna. Yo soy partidaria de caminar sin descanso hasta encontrar el lugar apropiado. Pachi es partidario de encontrar cualquier lugar porque quiere fumar. El Grillo no se pronuncia y trata de ser feliz en su grillismo.
En Bucktown había bistrós y ese tipo de sitios, con algunos carritos de bebé, en los cuales evidentemente sacar un cigarrillo es como sacar una jeringuilla. Acepté no ir a ninguno de ellos, y acabamos en Riverside Café. Riverside Café promete, con su jardín y su bar interior. Su bar interior está lleno de alcohol a rebosar y buena decoración. Su bar interior está cerrado y sólo lo abren para fiestas privadas.

Yo andaba distraída y Pachi y Car le preguntaron al camarero si podíamos fumar, y dijo que sí. Lo que olvidaron preguntarle fue si había cerveza. No había. Era uno de esos sitios de Trae Tu Propia Bebida. Si bien ese concepto me parece bien cuando lo que te interesa es comer, cuando lo que quieres es que te traigan una cerveza es bastante absurdo sentarse en uno de esos sitios. Pero de alguna manera el camarero les convenció para ir al Seven Eleven a comprarse sus cervezas. Obviamente yo estaba en contra y me cabreé, como es costumbre. El Grillo fue al Seven Eleven por túneles de futuro apocalíptico, y yo refunfuñé mientras la esperaba.
Pidieron algo de comer que tenía una pinta asquerosa, y yo seguí refunfuñando, y luego llegó la dueña del garito que nos dijo que no podíamos fumar. Riverside Café can eat my poo.
Nos llevamos el resto de las botellas de cerveza en su bolsa de papel, como los borrachos de Baltimore, hasta la casa, donde Grillo se disfrazó de Pachi y poco más.


Era el momento de tener nuestra primera experiencia en el EL TRAIN. El EL Train es de lo mejor que puede haber en un paisaje urbanístico, y un gran método para ver panoramas por el módico precio de tres dólares. En este caso decidimos comprar un billete para el día que no amortizamos en absoluto, ya que nos gusta caminar hasta la extenuación, pero no importa.
Cogimos la blue line en Damen, nuestro hogar, para ir a algún lugar del Loop y explorar Downtown. Decidí que íbamos a bajarnos en Washington. Mi motivo oculto era visitar Daley Plaza, de nuevo por culpa de Sandra Bullock, pero esta vez por The Lake House. Sí, yo soy así, parece que lo que me mola es el rock n roll, pero lo que me mola son las rom coms. Y qué feliz.
De ahí, bajo los raíles del tren y a la sombra de los rascacielos que fueron antaño los más altos de la Tierra, llegamos al Theater District, donde nos esperaba el cartel del Chicago Theater que el Grillo creía que era de ficción. Cuando se enteró de que existía en la realidad le dio un ataque de pasión. El Grillo gusta de los musicales. También fue para nosotras una experiencia vital ver el edificio de los padres de Brad y Sarah, donde en ocasiones hay tipos colgados de la ventana, y puertas giratorias donde se te pierde la capa de Thor.




Nos perdimos un poco callejeando por Downtown en busca del río y llegamos casi por accidente a Millenium Park. Estaba medio cerrado porque había un evento culinario, pero vimos la haba espejo esa, Cloud Gate. Yo siempre que veía fotos de amigos en Feisbuk en esa cosa pensaba que era algo turístico que hacía todo el mundo, y no pensaba especialmente que fuera a ser una de las cosas más geniales y molantes del universo. Pues bien, lo es. Me flipó en extremo y, si pudiera, pasaría siete horas mirándola desde distintos ángulos y dando vueltas a su alrededor como un perro feliz. Algún día lo haré.

Al llegar a la orilla del río, nos sentamos en Cyrano’s, un buen bar con cervezas y perros y donde se podía fumar legalmente. Esto era muy pero que muy beneficioso para todos nuestros espíritus. El Grillo hizo su collage, Pachi fumó sus fikas, yo hice fotos a mis dólares. Andrew Jackson, el presidente del bloque de queso y los veinte dólares, es igual al fan obsesivo de El Guardaespaldas. http://cheezburger.com/7684722176

A falta de querer coger un barco turístico, que estoy segura de que aportaría mucho a mis conocimientos arquitectónicos, decidimos hacer el tour andando por nuestra cuenta. Nunca sabremos qué son los edificios ni quién los construyó ni para qué ni en qué año ni con qué materiales ni con qué finalidad, pero así en general sabremos que molan. Y eso de momento es suficiente. Cada cinco metros o así mi Kevin Carter interno detecta un mejor encuadre y anhela su Pulitzer. El Wrigley, el Tribune, y todos esos cuyos nombres no sabré, qué maravilla. De nuevo, necesito siete horas frente a cada uno. Pero no las tengo. Tengo vacaciones limitadas por la sociedad capitalista. Er… Que no hay tiempo de hacer nada.



Seguimos caminando y caía la noche, así que presenté la moción de ir a beber y cenar a Logan Square. Con calma y con un par de errores en la planificación del transporte hacia allí, nos dirigimos al hipster heat de la ciudad. Logan está arriba de Milwaukee Avenue, y Milwaukee Avenue, como bien he dicho anteriormente, es un Dios. Yo ya había elegido el sitio donde cenar de mi lista de foursquare repletita de planazos, pero antes habíamos de parar a refrescar el gaznate. Era pronto y no había mucha gente en los bares, por lo que todos los sitios con un ambiente oscuro se asemejaban a clubs de striptease o puticlubs vistos desde fuera. El Grillo entró en uno y nos confirmó que no era tal, que era un garitazo. Así que entramos en The Owl.
Allí, los midwesterners nos trataron con su habitual cordialidad encantadora, y nos dejaron abusar de la jukebox, y nos sirvieron cervezas. Yo fallé en mi elección, pues de alguna manera el culto a las cervezas raras en hipsterlandia no comprende que yo lo que quiero es una Heineken y, a falta de Heineken, la cerveza orgánica-sin gas insertado-local-sostenible-vegana que más se le parezca. Pero me tomé un par. Mmm cerveza.

Como yo no había comido en el Riverside Café dado el asco que era, tenía hambre y quería acudir ya al local elegido. No les dije qué era ni por qué, sólo pedí confianza en mi criterio. En cinco minutos estábamos allí, en el Chicago Diner. Diner vegano de hamburguesas y patatas fritas y cervezas. Qué gran sitio, qué gran elección, qué criterio tan bueno tengo, qué bien se me da hacer planazos.
Pedimos nuestras hamburguesas falsas, y el Grillo le hizo una canción a su Black Bean Patty with Sweet  Potato Fries. Estaban bastante deliciosas, lo que nos lleva al error habitual de llenarnos como mastodontes y no poder ingerir ni una onza más de cerveza.
Desafortunadamente la cosa no terminó muy bien. Los camareros de América sienten la necesidad de venir a preguntarte qué tal vas cada diez minutos. Y cuando uno se está comiendo una hamburguesa del tamaño de su cabeza, es posible que necesite más tiempo de lo normal, especialmente si tienes en cuenta que somos gente de Europa, donde se comen raciones de persona y no de elefante bebé. Ellos no lo entienden y te sientes presionado para acabar, para ser como ellos, morsas que van en coche y nunca subirán un solo peldaño en una escalera mecánica.


Tras la cena, habíamos quedado no muy lejos con unos amigos de Pachi. Estaban en un sitio de cócteles cuyo ambiente era excelente, si bien estaba lleno de gente de dudosa … para qué voy a intentar describirlo de otra manera? Estaba lleno de pijastros. Eso es así.
Apenas había sitio y nos sentamos en la terraza sin sentido ya que ahí tampoco se podía fumar. El Grillo se pidió una ginebra, yo creo que me pedí una cerveza que podía haber tirado a los matorrales. Mi jet lag hacía que no supiera bien dónde estaba ni de qué hablaba, y empezaba a tener alucinaciones.

Decidimos irnos a casa. Casa estaba a media hora andando, un agradable paseo. Esto es, si vas media hora andando en la dirección correcta, que no si vas por Armitage Avenue hasta el barrio Latino en dirección contraria. Sí, soy una persona que hace muchos planazos, pero quizá no deberíais confiar en mí para mirar el mapa y elegir entre derecha o izquierda. Sorprendentemente no se me empujó frente a un autobús por este error en un ataque de ira, simplemente nos dimos la vuelta y emprendimos la búsqueda de un taxi.
Llegó un taxi. Parecía un taxi normal, así que lo cogimos. No sabíamos que no era un taxi normal, sino el mismísimo Niki Lauda disfrazado de taxista griego y loco que iba A TODA HOSTIA. Cuando éramos así http://www.paraisosocultos.com/wp-content/uploads/2011/05/09/perro-en-descapotable-con-cara-de-velocidad.jpg , Car tuvo que decirle que por favor fuésemos un poquito más despacio, que no queríamos morir. El señor, muy amable, dijo que tendríamos que haberle avisado antes de que no queríamos morir. Niki Laudapapadopoulos.

Este es el final del día. El final del día. Sólo quedan trece más de aventuras.

Friday, September 26, 2014

America, Day 1


Viernes, 26 de Septiembre de 2014.

Comienzan las vacaciones de Grillo y Churk, o LeFou y Lapú, o El Hak y El Hak, rumbo a los Estados Unidos de América.

Nos espera un viaje cargado de emociones y pizzas, y pizzas cargadas de emociones. El itinerario elegido es Madrid – Chicago – Seattle – Los Angeles – Madrid. Para luego volver a Detroit. O quizá no Detroit.

El día antes de partir, pasé media mañana en una trepidante batalla de social media pidiendo a American Airlines e Iberia que nos sirvieran comida vegetariana en el avión a Illinois. Cuando haces una reserva con una compañía pero el vuelo está operado por otra compañía, una compañía no sabe qué hace la otra compañía y básicamente te quedas sin comer durante nueve horas. Catorce, tal vez, si cuentas con las horas perdidas de aeropuerto. Sabiendo esto, fuimos preparadas con sándwiches hechos por el Grillo, pipas y frutos.

Para viajar a USA hay una cola especial en el control de seguridad, en el que has de sacar todos tus aparatos electrónicos y ponerlos en una bandeja aparte junto con todos sus cables. Todos mis cables y aparatos electrónicos estaban perfectamente alineados de manera simétrica y perfecta, algunos de ellos incluso habiendo sido limpiados previamente con un buen Windex. El tipo que mira los monitores no lo apreció lo suficiente, tienen prohibido confraternizar con los pasajeros. Al Grillo le hice creer que es un delito federal hablar con los del control de seguridad. Pobre Grillo.

Mi plan era ir tranquilamente y con tiempo para poder comprar entradas de los Manics en la puerta de embarque, pero en el tercer o cuarto control antiterrorista, la tipa decidió que era menester que yo pasase un control extra. Supongo que han de seleccionar a gente de buena presencia para evitar ser acusados de racial profiling. Esto interrumpió la compra de mis entradas y me quedé sin ellas, pero eso es otra historia. En ese control extra había un agente federal que miraba mis documentos, pero no me preguntó si yo ordené el código rojo ni nada. Una auténtica decepción.

Con tanto control, y sin entradas de los Manics, subimos a un avión de 1987. Esto significa, sin pantallita propia ni enchufes. Esto me cabreó. Por suerte llevaba mi Kindle con la trilogía de Divergent. Esto fue un verdadero error del que sólo me he dado cuenta este fin de semana cuando me la he terminado, pero eso también es otra historia, y al menos estuve entretenida con la mierda de Tris Prior. Eso me enseña a volver a leer novelas adolescentes escritas por señoras cristianas de América. Mrghhf.

Las pelis del vuelo fueron Grace de Mónaco y Blended. Vi un trocito de Grace y realmente era insoportable; y Blended… pues es que ya la vi en el cine.
Desperté al Grillo varias veces con mis movimientos en mi jaula, pero en general fue un vuelo suave y se hizo bastante corto. En Iberia, la comida principal tiene la opción de ser pasta, y si no tienes un estómago débil, celiaco o intolerante a la lactosa, puedes digerir los canelones de espinacas.

O’Hare International Airport, viaje en el tiempo a 7 horas menos. Al aterrizar, se nos comunica que por “algo que ha ocurrido en la torre de control”, la mayoría de los vuelos domésticos entrantes y salientes han sido cancelados, y que la gente que llega a hacer conexión probablemente se quedará en tierra hasta el domingo. Los americanos a bordo murmuran “terrorists” y ese tipo de cosas, mientras yo me pregunto si el vuelo de Pachi habrá sido cancelado y estará en Seattle, St Louis o Indianapolis.

A medida que vamos saliendo del avión y avanzando por los pasillos, nos enteramos de que ha habido un incendio accidental en la torre, no relacionado con terrorismo (como SIEMPRE) sin daños colaterales salvo el caos habitual aeroportuario.

El Grillo quería hacerme ir a la cola de inmigración de los inexpertos, de los novatos, de los países que requieren visado. Yo le hice ver que nosotras ya tenemos un estatus de ESTA que nos permite una entrada más rápida en la Tierra de las Oportunidades, y fuimos a la cola con los americanos y canadienses, la élite, como nos corresponde. El del control era un tipo la mar de majo que nos ofreció gel desinfectante para limpiar nuestras delicadas manos tras tocar el nido de gérmenes que es el panel lector de huellas dactilares. Así obtuve mi sello en mi pasaporte (Sandra Bullock®) y avanzamos hacia la Libertad.

O’Hare. Misión: saber qué habrá sido de Brenda (en este caso, Pachi) y si llegará. Misión previa a misión: CAFÉ. Misión previa a misión previa: ECHAR UNA BUENA FIKA. Ese mareo estupendo que te otorga la primera fika de después de volar nueve horas y media y estar en aeropuertos catorce. En O’Hare ya vimos dos perros que prometían un buen visionado de perros de América. En los aeropuertos tienen “Pet relief area” para que los perros vayan a hacer sus necesidades. Eso es avance tecnológico, amigos.

Descubrimos que el vuelo de Pachi era de los pocos que iba a aterrizar. Esto es tener bastante suerte, en mi opinión. Se había retrasado sólo dos horas, lo que nos daba tiempo a visitar las terminales, a tomar Starbucks, a echar más fikas, a buscar dónde leches aterrizaba Pachi, y a hablar con los Midwesterners. Nuestro primer conocido Midwesterner fue James, oficial retirado de las fuerzas aéreas, originario de Indiana, y aficionado a la pesca. Os podéis imaginar la alegría que supone para el Grillo hablar con alguien en serio de EL PESCADO. También hablamos de su licencia de vuelo y de los halcones peregrinos, y de las diferencias entre el español de México y el español de España, y del inglés de Inglaterra y el inglés de América. “Because you know they speak English over there in England”. Sí, y esto es sólo el principio.

Finalmente, Pachi llegó. Dimos unos saltos de alegría, echamos otra fika y decidimos que, por eso del caché, íbamos a coger un taxi. Podemos considerarlo la primera de las equivocaciones del viaje, que quizá no hayan sido pocas, pero como dijo un cartel que luego encontramos por la calle, “Truth told, the odds are not in your favor. But that's what will make it such a great story”. Bueno, esto no hace la mejor historia del planeta, el estar metidos en un taxi hora y media en una autopista, viendo pasar el tren que habíamos descartado no una vez, ni dos, ni tres, ni cuatro, ni cinco, ni seis, ni… bueno, me entendéis. MUCHAS veces. Pero vimos coches, perros, señales de tráfico que indicaban el camino a Milwaukee, "La Buena Tierra"... Lástima no haber hangeado out con Alice Cooper.


Llegamos a nuestro destino, acalorados y con cierto remordimiento por haber perdido tanto tiempo en el tráfico, en Wicker Park/Bucktown, aka Lo Mejorcito de The Windy City. A este punto sería medianoche en España, y LA HORA DE LA CERVEZA en nuestros cuerpos. Tras encontrar la llave de la casa escondida entre las plantas, criticar el estado de la limpieza del apartamento y dejar las maletas, miré mi lista de foursquare repletita de planazos para encontrar el bar más cercano a casa. El bar más cercano a casa era muy cercano y quizá el mejor bar del Medio Oeste. Bucktown Pub, con patio para perros y fumadores, y asumo que también, si se diese el caso, perros fumadores.
Se hizo de noche en ese bello lugar, y decidimos partir en busca de sustento alimentario.
Nuestro barrio está lleno de oscuros callejones con mucho encanto en los que te dan buenas palizas, y fuimos por ellos, dándonos de hostias. 


Como no tenía 3G… no podía mirar mi lista de foursquare repletita de planazos para encontrar el lugar más apropiado, y los pocos que había ojeado (Piece) parecían repletos de bros. A los Midwesterners les molan mucho los deportes, así que el 93% de los bares son sports bars de bros. Aún así, molan doscientas veces más que medio Malasaña.
Finalmente acudimos a Santullo’s Eatery, que parecía un lugar bastante afable, sin deportes, con buen ambiente y buena decoración. Por desgracia la pizza fue bastante decepcionante, nada de New York sino más bien Telepizza, y de repente la música era Death Metal a todo volumen. Eso es así. Of all the pizza joints of all the towns, in all the world...

Después de cenar, dimos una vuelta por Wicker Park, que es básicamente uno de los mejores lugares que existen en el planeta. Tratamos de hacernos los listillos y colarnos en el Double Door en el concierto de, a falta de Sonic Death Monkey, los Raveonettes. Pero no cuajó.
Vimos que Myopic Books, librería que estaba en mi lista de foursquare repletita de planazos, estaba abierta a eso de las 9 de la noche. Menudo templo de las maravillas, menuda sección de Nueva York. No era el momento de recrearse en una librería, siendo viernes por la noche; así que echamos un vistazo y la dejamos para el día siguiente con anticipación y regocijo.
Me encantaría recordar a qué bar fuimos después, pero realmente no lo sé. Quizá no fuésemos a ninguno, quizá volviésemos al Bucktown Pub. Sólo sé que eran como las 8 de la mañana en horario de origen, y la vida es dura.

El día 1 ha concluido. Si el sofá lo permite, este fin de semana continuaremos la narración.
Hasta luego.