Sunday, September 28, 2014

America, Day 3 - Su bañera es más grande que el Lago Michigan

Domingo, 28 de Septiembre de 2014


El alojamiento en Chicago no es barato. Es por eso que me dio bastante trabajo optimizar el proceso de selección de residencia via Airbnb. Me desesperé un poco y finalmente cogí al que me aceptó, lo que resultó finalmente ser una sabia decisión. Sin embargo, nada más efectuar mi reserva y consecuente desembolso de efectivos, me aprobó otro tipo que, de haber cuajado, quizá ahora os estaría contando la historia de cómo nos conocimos, nos enamoramos, nos casamos, y ahora estamos de luna de miel en el Gran Cañón del Colorado. No se dio el caso. Pero era un buen tipo, así que me recomendó una lista de cafés por orden de preferencia que bien podía haberla escrito yo, puesto que el Wormhole era el primero.


Esa mañana, de acuerdo tanto con la lista de mi marido como con mi lista de foursquare repletita de planazos, acudimos al Buzz, Killer Espresso, a tomar el primer café take away del día. El barista hipster era un poco borde, la barista goth era un poco goth, pero el café era excelente, incluso el regular Latte que bebí por accidente e implicó que el barista hipster borde fuese aún más borde. No importó, había unos perros fabulosos por el vecindario  en ese domingo de sol.



Tras otro paseo por Milwaukee Avenue, con nuestro take away coffee, volvimos al Filter a desayunar. El domingo es domingo en todas las ocasiones, y es menester disfrutarlo haciendo un poco el vago, sin que importe la localización geográfica. Desayunamos sándwiches con huevos y más cafés, y el Grillo creó un poco de su arte mientras Pachi y yo mirábamos nuestros móviles, así en general. Es lo que hace la gente. No me siento orgullosa de ello, pero vivo en esta era. Cuando se rompa mi iPhone, cambiaré, y me haré del movimiento antitecnológico de Transcendence, y mandaré postales, y dejaré crecer mis cejas, y llevaré ropa de cáñamo hecha por mí. Pero eso es otra historia.



Decidimos ir paseando de nuevo hacia Bucktown para ir caminando a Lincoln Park. Pasamos por la iglesia Luterana de Wicker Park. Car dijo que si tuviera que tener una religión, probablemente sería luterana. Es una de esas cosas que dice Car sin saber realmente quién fue Lutero ni por qué hizo una religión, pero esto no le impide entrar en la iglesia a echar un vistazo. Pachi y yo la esperamos en la puerta lo que pareció y fue un rato bastante largo. Cuando por fin salió, venía con doce folletos sobre la iglesia luterana, sus actividades de los domingos, la información sobre el coro góspel y la anécdota de la animada conversación mantenida con el Pastor Jason Glombicki. Os diré que cada vez que Grillo entra a alguna parte sale con doce folletos, y no lleva un bolso en el que quepan doce folletos, así que acabo acarreando en mi saco todos los panfletos sobre todas las curiosidades de cualquier ciudad. Y realmente sólo tendría que entrar aquí http://www.wickerparklutheran.org/
Bueno, venga, Transcendence.

El transporte público en casi todas las ciudades de América está orientado a los trabajadores que quieren evitar el tráfico para entrar o salir del Downtown. Eso significa que si tu origen o destino no es Downtown, no es posible ir de un sitio a otro en un transporte público de calidad. Esto nos lleva a los que gustamos de visitar los barrios adyacentes a tener que recurrir a caminar. Caminar es bueno, si bien a veces la gente quiere matarme por querer caminar tanto. El caso es que para ir de Wicker Park a Lincoln Park, dos barrios magníficos con extremo encanto, o coges dos autobuses que tardan una hora en total o caminas cuarenta minutos. Para mí es un no-brainer. Right, Kevin Bacon?
El camino cruza una zona industrial, un puente steampunk sobre el río de Chicago, un vertedero de neveras viejas y un par de autopistas. Para mí fue un camino encantador, pero es cierto que si pudieras recorrerlo en bici o en carromato sería un uso más agradable de tu tiempo y energía.





El Oeste de Armitage Avenue tiene mucho más encanto que el Este de Armitage Avenue, aunque también ayuda el hecho de que no son las dos de la mañana y no estás perdido en Little Puerto Rico.
La calle está llena de lugares de desayunos, brunches, tiendas de diseño, chorradas, bagels, donuts… Todo en esos edificios de la gama de colores Solo En Casa que tanto me agradan, todos decorados ya de Halloween, no vaya a ser que les pille el toro, quedando sólo poco más de un mes para la fecha.
Desafortunadamente ya era la hora de querer tomar una cerveza, y el paseo acabó tornándose en la búsqueda de un bar. Lincoln Park está rodeado de universidades y por consiguiente dirías que bares. Y en efecto hay bares, pero de nuevo nos encontramos en la tesitura del domingo de fútbol americano, y los bros, y el hecho de no poder fumar. Yo quería seguir caminando hasta el parque pero me hicieron callejear hacia señales de bares que estaban cerrados. Mi falta de 3G me impedía mirar mi foursquare, y tuvimos que ir un poco a ciegas hasta un bar que indicaba uno de mis offline maps. TRANSCENDENCE.
El bar era el colmo del Bro, con el atronador fútbol, y no era una posibilidad real.
Por suerte, a su lado se encontraba el Galway Arms, típico pub irlandés con una semejanza bastante plausible al Waxy O’Connors, donde se decidió que habríamos de repostar. Allí, Pachi y yo sacamos nuestros móviles, y El Grillo se fue al baño.
Cuando habían pasado unos cuarenta y cinco minutos, decidí ir al baño a buscar al Grillo. Estaba allí, por primera vez en varios días. Decidí dejarla, dándole la contraseña de la Wifi para su entretenimiento. Cuando por fin subió, tuvo este otro entretenimiento:



El siguiente paso era ir al parque, a ver el Diversey Harbor y por fin el lago Michigan. Como siempre, la gente quiere comer, así que Pachi fue al Subway y Car a por una manzana seca a un convenience store. Yo preferí abstenerme como es habitual hasta que la alimentación fuese óptima.

El parque tenía un precioso lago, fuentes para perros, y algún que otro loco, pero no en exceso.
El grillo andaba buscando otro baño (no sé) y acabó yendo a un port-a-potty del terror. No sé en qué situación tendría que encontrarme yo para ir a un port-a-potty, pero no me lo quiero imaginar.

En el puerto miramos los barquitos y la ciudad al fondo, sentados en un escalón de piedra estilo Eurípides. Veíamos una curva que parecía llevar a la costa pero nadie salía o entraba de allí y no sabíamos si haríamos un camino inútil que nos iba a llevar a una autopista. Finalmente fluyeron los peatones y nos decidimos a ir hacia allí. Y menos mal, pues nos topamos de bruces con la gran masa de agua azul majestuosa que es ese lago. Menudo flipe. De nuevo, y para mi infortunio, mis compañeros de viaje no estaban en el mejor humor. Supongo que es por comer Subways y manzanas secas.




En Chicago hay que pasar bastante más tiempo del que nosotros habíamos estimado, y siendo este nuestro último día completo, no pudimos pasar la tarde tirados en el suelo de la North Avenue Beach, pues era menester ir al museo.
Perdimos nuestro tiempo, una vez más, buscando un taxi en la puerta de un hospital. Aún no habíamos descubierto el placer del Uber. Conseguimos llamar y que viniera uno, milagrosamente. Nos llevó por la costa a la puerta del Art Institute of Chicago, a una hora de que cerrase sus puertas.
Pachi decidió quedarse fuera leyendo su libro de Tolstoi, y Car y yo conseguimos comprar las entradas de última hora, que rebajan su precio de 23 a 10 dólares. Tuvimos que correr por el museo, al ritmo de Please Please Please Let Me Get What I Want en instrumental, de la mano con un grupo de niños, mirando a la niña de Seurat fijamente y buscando los cuadros críticos.



El Elton John y Ru Paul estaba en una exposición temporal y me lo perdí, pero vimos unas cuantas obras magníficas que llenaron nuestras vidas de gozo y propósitos.





Nos cerraron en la cara cuando habíamos subido las escaleras a todo trapo rumbo a Picasso, pero en general fue una visita fructífera. Salimos e hicimos unas cuantas fotos de nuestros alrededores, y de una china que lo pidió. Echamos una buena fika y luego fuimos en busca de Pachi, que estaba en el jardín del museo, donde había gente bailando tango de una manera organizada. La gente que hace cosas tiene mi admiración.

Mi intención era caminar hacia uptown y quizá visitar el John Hancock, pero no era una intención realista, pues se iba a hacer de noche y no íbamos a llegar jamás, especialmente cuando por el camino, de nuevo perdimos al Grillo dejándola que entrase a un supermercado de esos bonitos. Otros veinte minutos.

Lo realista era coger el L Train para volver a Logan Square y disfrutar más del área, y así lo hicimos. Dimos un paseo al atardecer eligiendo el lugar óptimo para nuestra cena entre todos los que teníamos en la lista de foursquare repletita de planazos. Paramos en una tienda de comics fantástica donde el Grillo me regaló el fabuloso libro de The Oatmeal del perro.
Entramos en el bar más hipster de la lista, el Longman & Eagle. Tenía ese ambiente Hackneyano, con esa decoración cuidada con cabezas de animales muertos y ese público en el que rezuma la estupidez snob. Mientras la hostess nos contestaba con esa bordería estudiada que les enseñan en Hipster Snob Hostess School, y teniendo claro en ese mismo instante que no permaneceríamos en ese establecimiento, robé unas cerillas con un diseño espléndido y salimos escopetados de allí.
Nos decidimos por el Reno, de ambiente familiar, simpáticos camareros (hipsters) y pizzas de aspecto excelente. Fue una gran elección. Mientras mis comensales disfrutaban de sus ensaladitas, yo esperaba pacientemente mi pizza. El Grillo no paraba de declarar lo deliciosa que estaba su ensalada. Pobre infeliz, si bien cuando el Grillo gusta de una buena ensalada, no se callará jamás al respecto hasta que finalice su ingestión.
Mi pizza fue un acierto digno de los anales de la Historia, que me proporcionó calor y satisfacción. Otro gran acierto fue pedir unos espressos. Cuando llegaron los espressos el Grillo había ido a fumar, y yo dije “verás como cuando llegue el Grillo no podrá dejar de admirar la perfección de estas tazas”.



Antes de partir, decidimos preguntarle a nuestro simpático camarero hipster de dónde procedían esas buenas tazas. Cuando nos contestó que de internet y de China, decidimos preguntarle si nos vendería unas buenas tazas. Nos regaló dos, diciendo que las metiese en mi bolso y saliese corriendo. Mi primer souvenir de América, gratis y con una buena anécdota a su respecto. Gracias, buen camarero. A día de hoy disfrutamos de estas buenas tazas en el hogar de Madrid.

Salimos energizados y con buen humor rumbo al Whistler, un cocktail bar semiclandestino donde había comedy shows y un buen patio de fumadores. Al lado de este garito estaba la tienda de fotografía y fotomontajes que más feliz me ha hecho desde 1984. Debajo mi ejemplo favorito.



En el club, el show de comedia era un grupo de chicos y chicas eligiendo gente del Tinder en sus móviles. Para mí esto no tenía ningún sentido ni ninguna gracia, así que tras unos minutos de observarlo con perplejidad, salimos al patio de fumar. Abusamos bastante del patio de fumar, y pasaron las horas hablando de Pablemos y de Economía y del Nuevo Orden Mundial en tonos acalorados. El Grillo entraba y salía a ver los shows pero nosotros seguíamos fumando ahí.
Preguntamos a algunos de los residentes locales mexicanos que nos indicasen algún lugar donde pudiéramos ir a bailar, y todo el mundo parecía estar de acuerdo con nuestra primera elección que era el Danny’s Tavern, que pillaba bastante cerca del hogar. Buena música y abierto hasta tarde cada día de la semana.

Ciertamente el Danny’s era un garitazo/cueva con un gran DJ, pero ahora era mi turno para estar un poco de mal humor, pues en general la gente loca y borracha no suele ser de mi agrado cuando no soy uno de ellos. La camarera loca bailaba encima de la barra, la gente encima de los sofás, y se caían y no se partían el cuello y morían por milagros de la providencia. Finalmente me senté en la barra a pedir cervezas y hacerle un dibujo al grillo en su cuaderno de viaje que jamás será terminado.
Cuando ya me había acomodado al bar y estaba disfrutando, lo cerraban y nos tuvimos que largar. Volvimos paseando y disertando sobre el impacto que había tenido en Pachi el ligoteo desenfadado de la camarera loca hacia su persona.

Jeff, el dueño de nuestro pisito de Bucktown, es un tipo afable. Nunca llegamos a conocerle en persona, pero a pesar de que no limpie muy bien su morada, se nota en el ambiente. Es un tipo que admira a Buda, eso es así. El Grillo llegó a casa y se tumbó en las piedras falsas que Jeff tenía como alfombra de relajación, y admiró a Buda. El vino.

Y así concluye nuestro domingo en Chicago. Como nota, he de decir que he escrito estas líneas mientras tengo a mi alrededor a una familia loca que es la mía propia, que se tiran cáscaras de mandarina los unos a los otros a ritmo de Fats Domino, irrumpiendo en mi proceso laboral y dificultando mi concentración.

Sólo quedan ochocientos días que narrar. Hasta la próxima.

1 comment:

  1. No veo el momento de echarle en cara a Patxi que consumió biomasa en un Subway, fatídica multinacional explotadora de ganado humano y animal.

    ReplyDelete