Thursday, October 2, 2014

And we're back - Seattle 2014

Jueves, 2 de Octubre de 2014



- Pachi, queremos ir a Downtown. ¿Dónde está la parada del autobús?
- En frente de Lighthouse Coffee Roasters, ¡no tiene pérdida!

De buena mañana fuimos a por nuestro café de Lighthouse y, siguiendo las instrucciones del bueno de Pachi, cogimos el autobús a Downtown en la parada de enfrente del Lighthouse. En Seattle, compras un billete del autobús y te sirve para ir en todos los autobuses que quieras durante la siguiente hora y media. Esto está muy bien porque así, cuando te subes al autobús en el sentido contrario camino de Alaska, puedes bajarte, cruzar la calle y coger el autobús en el sentido correcto sin sentirte tan subnormal como te habrías sentido de haber tenido que pagar el billete de nuevo. Una vez rectificado este pequeño error, sólo habían pasado unas diez calles, y pudimos reír al respecto cuando el autobús paró en LA OTRA parada enfrente del Lighthouse.


Era uno de esos días en los que se me olvida que odio ir a tiendas, y el plan era ir a ver si en Urban Outfitters se cocía algo. Lo que pasa es que no encontré el Urban Outfitters de Downtown. En su lugar encontramos una tienda de paspartús, que es la cosa que más le gusta al Grillo, y me hizo hacerle fotos con ellos.
También estuvimos en la Seattle Public Library, donde hay buenas vistas y baños que puedes utilizar, así como una gift shop. Es posible que tenga un problema con los edificios oficiales y sus gift shops. Sobre todo cuando venden chorradas que no tienen nada que ver con el sitio concreto. Peluches de Grumpy Cat!

Tras todos estos viajes y experiencias, es de sobra evidente que ir a Downtown nunca merece la pena, que es un agujero lleno de locos, como hemos demostrado en nuestras diversas crónicas de ciudades de América. Pero veréis que en Los Angeles también fuimos, y veréis, muy pronto, cómo voy a ir también en Boston y Philadelphia y Washington DC y Nueva York. Pero esto aún está por venir.
El caso es que nos largamos de allí una vez más, para ir a Capitol Hill una vez más.



Una vez en nuestra salsa, entramos en Everyday Music y lo dimos todo con mis pocos dólares. Yo compré Funeral de Arcade Fire en vinilo, porque soy así de pretenciosa, y el Grillo compró Who’s That Girl de Madonna en vinilo, porque carece de dignidad pública. Para portar nuestras adquisiciones, le regalé al buen Grillo la tote bag de la tienda, que a día de hoy sigue portando cualquier adquisición que hagamos en el Carrefour de la esquina. Así evoluciona el glamour de nuestra triste vida.

Habiendo hambre ya, retrocedimos cuesta abajo para comer a un lugar por el que habíamos pasado con anterioridad, llamado Honeyhole, donde tenían unos deliciosos sándwiches de bacon vegano y pollo vegano, y patatas fritas y cerveza. Capitol Hill tiene todo lo que yo necesito para vivir feliz, incluido el extra de Monterey Jack Cheese.


Tras una holgada estancia en el garito, volvimos a subir la cuesta para continuar hacia el parque, pero yo decidí que no me venía nada mal un soya latte. Por esto, volvimos a bajar la cuesta un poco para ir a Stumptown Coffee Roasters, otro de mis lugares elegidos de mi lista de foursquare repletita de planazos, en el que ya había estado en mi viaje de 2011. Y esta vez, sí, café en mano, volvimos a subir la cuesta para ir al parque. El problema fue que el Grillo se dejó el sombrero en el Honeyhole y tuvimos que volver a bajar la cuesta para ir a por él y volver a subirla para ir al maldito parque.

Por suerte, Volunteer Park y el camino hacia él son buenos lugares donde hay buenos perros que pasean. Hay incluso un Urban Outfitters. La verdad es que es raro encontrar algo que no sea espantoso en Urban Outfitters, pero yo siempre entro, no vaya a ser.

En el largo paseo del camino, el Grillo compuso la canción de la “hamburguesa rastrera (merienda/ cena)”. Esta es una de las cosas que surgen cuando eres muy consciente de que, por culpa de ser vegetariano,  pagas más y eres más infeliz. Una buena hamburguesa rastrera callejera, de mala calidad y óptimo sabor, que comes con las manos por un dólar cincuenta. Suspiros.

Así cantando, llegamos a Volunteer Park, donde vimos el sol de otoño sobre la Space Needle en la Reservoir. Y por haber tardado tanto en llegar allí, sólo pudimos cruzar el parque e irnos. Paramos por supuesto en los baños públicos, y vimos árbore, bello, bella, y el invernadero desde fuera.




Habíamos quedado en Ballard, donde iríamos al concierto de los Drowners esa misma noche. Para ir allí, cogimos un autobús correctamente, y nos bajamos en medio del Barrio de Apuñalar para ir a los Ballard Locks a ver el atardecer sobre los canales de pescadores de salmón. Not many people know this, but you can put your weed there. Con esto me refiero a que no mucha gente visita los Ballard Locks porque la gente no sabe lo que de verdad es bueno. Merece la pena, y yo tengo razón.



Fuimos al encuentro de Pachi y ésos sus amigos por la calle donde pasaríamos mucho, mucho tiempo. Ballard es mejor que Capitol Hill, porque no hay tantos dementes por las calles, que son más pequeñas y cucas. Vimos al Unicornio Desbocado, que nos cayó tan bien que fuimos a verlo varias veces más.





Tomamos algo en MacLeod’s Scottish Pub, donde gente pretenciosa cuestionó la autoridad del Grillo debido a su discurso en defensa de la perfecta validez de Madonna y Who’s That Girl. El siguiente lugar, muy a mi pesar, fue un restaurante mexicano, en vez de lo que habría tenido todo el sentido, que habría sido una buena pizza. Pero bueno, estuvimos cómodos en la terraza, la compañía era agradable y la comida vegetarian-friendly.

Llegó el momento de ir a nuestro concierto, en la Tractor Tavern. Por supuesto le compramos una camiseta del garito a Trect, porque cuando uno es tan tractor, lo tiene que llevar como insignia.
Estábamos muy emocionadas de ir a ver a Matt Hitt, por eso de que es amigo de mi marido, a pesar de tener doce años y medio y hacer música de dudosa calidad. En concierto ganan mucho, y en directo es un buen chickenlager.




Nos dieron un poco de pena porque sólo había 20 personas viéndoles tocar, pero América es así, les gusta Blink 182 y los demás no podemos hacer nada por arreglar eso.
En lugar de hacernos amigas de la banda e irnos de gira con ellos por USA y conocer a Zackery y casarme, nos fuimos al terminar el concierto a buscar a los demás. Les encontramos en otro concierto gratuito de folk, de Profesor Eller y Madame Gall o no sé qué. Molaba bastante y tocaron unas versiones de Magnetic Fields, que me hicieron mucha ilusión. En Seattle conoces gente sólo porque ellos no te conocen y quieren conocerte. Entiendo que eso no pasa en Madrid, porque aquí ya te conoce y desprecia toda la población de edad elegible. Desde aquí mando un saludo a mi amigo Matt Cecil que me invitó a PBRs en Lock and Keel Tavern y es tan buena gente. Me obligaron a partir a las 4 AM. Normalmente no soy partidaria de estar fuera del hogar a partir de las 2 AM, pero estamos hablando de una noche estupenda. Ay, Seattle.



Viernes, 3 de Octubre de 2014



Enlazo las entradas, puesto que este se trata de nuestro último día en Seattle. Qué tragedia. Diciendo a todo el mundo que nos íbamos a Los Angeles, tó emocionadas, sin saber lo que realmente nos esperaba.

Anyway… Pachi estaba “enfermo” y se quedó a trabajar desde casa de esta guisa:




Allí le dejamos, y nos subimos y bajamos unas cuestecitas para ir al Lighthouse a por el café por última vez. Nuestro plan era ir a Ballard de nuevo, puesto que nos había gustado tanto de noche que queríamos verlo de día. Fuimos caminando bajo el sol por las breweries que hay en el camino. Eso sí que es un planazo, las breweries. Lo apruebo como trend del momento. Pasamos por cosas masónicas, y por el nuevo Bauhaus café, donde tomé mi segun del día, mientras el Grillo probaba y elegía cuidadosamente todos los puntafinas que había en Dakota Art Store de enfrente. Fue tan cuidadosamente que eligió, que también me tomé mi tércer.

Paseando por la calle del unicornio de la noche anterior, decidimos comer. Decidimos comer pizza, CLARO. Está Ballard Pizza, está Delancey’s, está Zayda Buddy’s, está Patxi’s Tavern. Elegimos Patxi’s, y puedo alegar sin duda alguna que fue la mejor elección.




Tras tal buena pizza no había otra que tomar más café. Al Caffé Fiore ya con razón le tenía yo echado el ojo. No sólo era un gran café con unas tasas de gusto impecable, sino que tenía un camarero tíobueno de Los Angeles. Para nosotras esto fue una señal de que en Los Angeles hay chickenlagers mazo majos. Otra equivocación.

Tomamos nuestros cafés en la terraza y nos reímos muchísimo. Lo cierto es que no sé de qué, pero es que tengo estas fotos:




Avanzamos unos dos o tres pasos para seguir paseando, pero vimos el bar King’s Hardware. Molaba demasiado como para pasar de largo. La decisión fue establecer allí el Headquarters y cuando hubiese necesidad de seguir paseando, hacerlo mientras se echaban las fikas por turnos. En uno de los turnos de Grillo, desapareció 35 minutos, pero yo seguí en mi booth con mi pinta, mirando el paisaje chickenlageriano.

Y allí pasaron las horas de nuestro último día en Seattle. Puliéndonos una pasta, trincando cerveza… El hermanito mayor no lo jodió todo ni nada.


Pachi vino allí a buscarnos, milagrosamente recuperado de su “enfermedad”. Esa misma noche empezaba el Macefield festival en el edificio de al lado, con conciertos y exposiciones gratuitas. Tocaban los Sonics en lo no gratuito, y una mierda muy grande en lo gratuito. El bajista era atractivo, así que toleré ver un rato a la banda horrible. Cuando empezaron a cantar su hit que se nos pegaría el resto de la noche y el resto de la vida, “baby you’re great, you’re great, you’re great, and you’re awesome” decidimos que habíamos tenido suficiente.

Pachi nos llevó a ver el Bastille, un restaurante francés caro y precioso. Allí estaba el Highlight del viaje, el perro Kevin, que hacía muchos truquitos fascinantes a cambio de treats.



Nos juntamos con más amigos y les acompañamos a Ballard Pizza. Car tomó más pizza. Yo ya había tomado suficiente pizza, a pesar de que hay algo muy cuestionable en la frase “había tomado suficiente pizza”.

El planazo a realizar después fue ir a Hilliard’s Brewery a tomar más cerveza. No, no habíamos tomado suficiente cerveza.
En Hilliard’s conocimos a más gente, como se hace en Seattle. Uno de ellos era el Master Brewer, un Thor cortamaderas que se llevó la decepción de su vida al darse cuenta de que ya se había casado con otra mujer antes de conocer a la mujer de su vida que era yo. Lástima.
Una vez más, conversamos sobre LA y nuestra inminente partida hacia allí a la mañana siguiente. Nuestra emoción contenida y sus caras de póker eran una habitual combinación. Pero eso ya es otra historia.

Fuimos muy felices, Seattle. Gracias por acogernos y tratarnos tan bien, y por no llover. Los amuletos de Sergio parecen hacer efecto.


Wednesday, October 1, 2014

America - The King County Days

Miércoles, 1 de Octubre de 2014


Una soleada mañana en el jardín. El rocío impide que me siente en la hierba que es lo que me gustaría. Pachi se va a devolver el coche y, en un gesto habitual de buena voluntad y generosidad, nos trae café take away. Esto me llena de sosiego y me hace empezar el día con una esperanza abrumadora.

Pachi tenía que irse a trabajar, pero nos dejó con unas sugerencias de rutas Seattleitas que podríamos seguir en el día de hoy antes de volver a encontrarnos por la tarde. En ocasiones Car y Pec nos echamos unas fikas y una cosa lleva a la otra y es la una de la tarde. Antes de que eso ocurriese, me fui a comprar más cafés take away al Lighthouse Coffee Roasters, mítico lugar donde más tarde (mucho más tarde) obtendría un termo para mis futuros cafés take away como souvenir.



Me decidí por una pequeña ruta por Fremont antes de dirigirnos a Downtown andando. Visitamos algunas tiendecillas de segunda mano y las atracciones turísticas que ofrece el barrio: la logia masónica, la estatua de Lenin, el cohete y los canales. No fuimos a ver al Troll porque yo ya había visto al troll y aunque el Grillo antaño coleccionaba fotos de troles, no estaba especialmente interesada en ver este.

Cruzando el puente de Fremont, mientras hacíamos fotos y admirábamos el paisaje, empezó a sonar el aviso de levantamiento de puente. Le dije al grillo que debía darse prisa en cruzar y dejarse de hacer fotos, lo cual ella entendió como una alarma de ataque aéreo que nos obligaba a evacuar inmediatamente los aledaños y correr por nuestras vidas. Just as well.



Caminamos por la antigua vía de tren que rodea Lake Union, buscando, claro, la casa de El Desvelado de Seattle (jiji). Es un paseo excelente, entre vegetación y casas barco de millonarios arquitectos viudos, hasta que termina la vía del tren y comienza la pasarela de restaurantes chinos barra operaciones encubiertas de prostíbulos y marisco.

Por supuesto cuando llegamos al sur del lago nos topamos de bruces con los edificios altos y las calles grandes que no son especialmente guays y hacen que pierdas tu tiempo en la caminata. Ahí el grillo ya quería comer, como humano que es, y me obligó a ir al Whole Foods. En el Whole Foods, por mucho Whole que sea, es imposible encontrar barritas alimenticias que no contengan fructosa, dextrosa, maltodextrina, lactosa o sacarosa. Por no hablar de los emulgentes E-442 y E-476. Así que no sé en qué acabó la cosa, pero me suena que en un cabreo y un zumo de naranja natural para mí.

Teníamos intención de estar en Downtown y visitar algunas tiendas. La primera tienda en la que quise entrar fue el paraíso de AT&T, donde por fin iba a obtener una tarjeta SIM para mi iPhone que iba a posibilitar el chequeo constante de mi lista de Foursquare repletita de planazos. Al entrar, nos atendió inmediatamente Adrian J, el mexicano más enterado, inteligente y sabido (he buscado la traducción de “knowledgeable” en Google) de todo el estado de Washington. En seguida nos inspiró muchísima confianza con su trato amable y sus respuestas tecnológicas, así que Car decidió que seguro que también podía resolverle una duda que había estado acechándola toda la mañana:
“¿Seattle se mueve?”
No, Seattle no se mueve.
Resulta que el grillo estaba mareada desde que salimos de casa y no quiso decir nada al respecto porque probablemente yo la mataría, harta de su infinita hipocondría. Hizo bien.
Adrian J, representante de AT&T de día y Chamán de noche, le dijo que es normal marearse al día siguiente de haber ido en barco, y que tomase Peppermint Tea.
Ya mucho más grillo contento, continuamos nuestras andanzas por Downtown. Downtown es como todos los downtowns de América: un asco. Cosas a destacar: un yonki con un cartel que ponía algo así como “I let you blow me for $5”, un pobre cartero que vació el saco del buzón de correos para encontrarse cientos de jeringuillas usadas, y locos. Locos everywhere.

Fuimos a Pike Market, que es una de esas cosas que a mí me gustan de lejos y al grillo le gusta ver muy, muy de cerca. Me hizo parar en casi todos los puestos, y nos reímos de los amuletos de Sergio que había por todas partes. También me hizo hacer fotos a los pescaderos, que me pillaron. A Car le gustan los pescaderos. Nadie sabe a día de hoy por qué.



Tras enfurruñarme entre el gentío, y prometer que la llevaría otro día (no), pudimos partir colina arriba hacia Capitol Hill, pues ya era la hora de tomarse una cerveza, digo yo. El Grillo se tomaría un peppermint tea, pero qué le voy a hacer yo.

Capitol Hill, el Malasaña de Seattle. Eso si Malasaña molase, claro.


Nos dimos una vuelta colina arriba buscando un buen bar para esperar a que Pachi saliese de trabajar. Alcanzamos el Linda’s Tavern, gran bar, que sería donde Pachi quería quedar. Todo sale bien.

Nos sentamos en una booth a mirar a los viandantes que pasaban por las calles. En mi anterior visita, mi impresión fue que la gente de Seattle viste mal. Grunge barra Quechua. Car estaba indignada porque todo el que pasaba tenía mucho más estilo que ella.
Vino Pachi con El Javier Cano Ése® y seguimos tomando bebidas. Desafortunadamente el Peppermint Tea se convirtió en Trending topic y la gente bebió té. Luego vino un amigo de EJCE que viajaba por las montañas. Este no bebió té.
Teníamos un camarero muy extraño que venía a preguntarnos si queríamos más cosas incesantemente y con cierta llama psicopática en la mirada. Yo siempre quería más cervezas pero nos dejaba bastante confusos. Aun así le dejamos una buena propina, no hay que arriesgarse a otra situación como La De La Pizza.

Tras abandonar Linda’s y su bonito patio de fumar, Pachi nos llevó al Century Ballroom, un teatro donde la gente hacía bailes de salón. Ballroom dancing. That sort of thing. Era bastante espectacular tanto el ambiente como los sucesos que allí acaecían. Nos hicimos unas fotuelas en las escaleras pero como no las tengo conmigo ahora mismo y tengo prisa, pues no sé si las veréis. Eso es así.

El Javier Cano Ése® y su amigo se marcharon para madrugar e ir a Vancouver al día siguiente. “¿Quedamos mañana? No mira lo siento es que me voy a Vancouver”. Sí.
Nosotros pasamos por Elliott Bay Book Company y entonces yo ahí sí que me cabreé. Una increíble librería gigante llena de libros de bolsillo baratos de diseño exquisito en infinitas estanterías de madera.
La Fnac, La Central, su madre y su vieja pueden irse a donde yo te diga. Ya está bien, hombre.


No compré ningún libro por no cargar con él, pero los fotografié para su futura adquisición. Amazon.co.uk me los vende por £0.19, Amazon.es por €17.00. No es el momento de empezar a gritar, blasfemar y maldecir contra la industria editorial española. No es el momento.

Tras la visita a ese templo era hora de refrescar el gaznate. Fuimos al Cha Cha Lounge, llamado Hipster Central por los Siatelitas. Un garito bastante mítico de luz roja y calaveras y cervezas de tres dólares. Allí volvimos a hacer de las nuestras y pasamos la velada en el patio de fumar, donde estaba el ambiente. El Grillo dibujó la escena, que era Pachi bailoteando alrededor de una gótica, y habló con un tipo del que se enamoró que resultó ser un poco retarded porque no sabía geografía. No sé, no lo recuerdo bien. Si hubiéramos terminado el cuaderno de viaje que nunca será terminado, quizá lo sabría.



Moving On…

Cambiamos de garito, porque nos gusta visitar muchos garitos. Desafortunadamente el Comet Tavern ya no es lo que era y han puesto mesas para que los adultos se sienten a hablar en vez de bailar y hacer el memo, así que fuimos al Unicorn. El Unicorn es una movida rarísima con decoración circense. Desafortunadamente, también con mesas y adultos que se sientan a hablar. Hacía un poco de frío allí dentro y no lo vimos nada claro, así que nos largamos. Nos decidimos por Moe’s, otro lugar de adultos que toman cócteles (joder) y nos tomamos otra bebida. Había un concierto no gratis en la parte de atrás. La diversión a dos metros...

Ahí Pachi tiró la toalla y se rajó de nuestro planazo de ir al karaoke japonés que hay a la vuelta de la esquina. Mi objetivo en la vida es siempre ir al karaoke japonés cuando hay uno cerca, así que nos fuimos las dos allí a hacer el memo. Hicimos nuestros clásicos (Bon Jovi, Eminem, los Killers, Jay Z) sin audiencia, lo cual es un poco extraño, aunque no deja de ser divertido.

A la salida nos enganchó un canadiense que hablaba de política como un americano cualquiera (vamos, que no tenía ni puta idea) y que getó on my nerves un poco.
Tras la hora de karaoke, lo mejor que se puede hacer en la vida es comer pizza. Así que así hicimos, comimos pizza en Big Mario’s, satisfactoria decadencia 100% garantizada con una buena New York Style Pizza.

La puerta del Mario’s es como un nido de criaturas nocturnas que entran y salen y sobre todo se tambalean. Esto hace que haya muchos taxis. Cogimos un taxi. Nos fuimos a casa. Nos asustamos con la araña del picaporte. Nos fuimos a dormir.


Monday, September 29, 2014

America - trains, planes and automobiles

Lunes, 29 de Septiembre de 2014


Última mañana en Illinois. El Grillo y el Churk se levantan temprano y, con cara de sueño y aspecto de resaca se van en busca de un último café de la lista. El lugar elegido, a veinte minutos andando por encima de las crujientes hojas otoñales, es el Ipsento Coffee House. Encantador café con encantadores perros y desayunos con nombres de escritores pretenciosamente deliciosos. Nos pedimos un Mark Twain y un Ernest Hemingway. El resultado fue quizá el mejor croissant con queso, huevos, tomate y espinacas que he comido jamás, y un buen café a nombre de Bepah, que es lo que el barista hipster buenamente entendió.
A la vuelta paramos en el Green Corner, uno de esos lugares blancos e insípidos que licuan verduras para tu disfrute de zumos saludables. Allí Grillo cameló a la china que lo regentaba para que nos diese tres zumos por diez dólares y así poder llevar uno a Pachi y aliviar el sentimiento de culpa que nos acechaba por haberle abandonado.



Siempre es un poco estresante tener que irse de un lugar dejando las llaves dentro, por lo que hay que estar absolutamente seguro de no haberte dejado nada. De ahí al espectáculo obsesivo compulsivo que nos brindó el Grillo hay un trecho, pero voy a obviar los diagnósticos clínicos de este evento y decir simplemente que sí, que nos fuimos de casa de Jeff y no nos olvidamos nada.

Tras el fracaso del taxi de ida, era obvio que cogeríamos el L Train para volver a O’Hare, sabia decisión a la par que un bello tránsito despidiéndonos de los tejados de Chicago. Pachi y Car son gente de ir a aeropuertos con tiempo, pero pudimos colar otro paseíto con maleta antes de emprender el viaje. Tomamos unas cervezas en el Big Star, lugar de Tacos frente a Milwaukee Ave, mientras hablábamos del teletransporte y de qué haríamos cada uno con la oportunidad de utilizar ese medio de movilidad.

En los aeropuertos casi nunca pasa nada interesante ni divertido, todo es agobio, gente, pasillos y comida de mala calidad. Yo comí bagel con patatas fritas, mi alimento estándar de aeropuerto de USA, y nuestro avión se retrasó dos horas y todo era asqueroso. Señoras que hacen aerobic en la puerta de embarque y ningún souvenir para mi mausoleo.

No recuerdo nada digno de mención del periodo de cuatro horas de vuelo, así que sin más diré que aterrizamos en Seattle, Washington, con retraso pero soltura. El aeropuerto de Seattle tiene un mix de decoración entre grunge y esquimal, y la zona de fumar está en la punta absolutamente contraria de la parada de taxis. Por supuesto fuimos a echar una fika igual, no vaya usté a creerse que no. Llegamos en la noche por la carretera, pasamos por la fábrica de Boeing y el cementerio, vimos a lo lejos el puerto y las montañas.

El taxi nos dejó en la puerta de casa en la cima de la cuesta. Pachi tiene una gran casa con un gran jardín que disfrutaríamos más adelante. Nos advirtió que, acercándose Halloween, su casa estaba llena de arañas falsas en lugares estratégicos. Había una en el pomo de la puerta que todas las veces sin excepción asustaría al Grillo.
Ahora dejaríamos las maletas y nos iríamos a uno de mis sitios favoritos, el 9 Million in Unmarked Bills, que sirve excelentes hamburguesas veganas con bacon falso del que me gusta a mí, y tomaríamos eso y unas cervezas en la mesa que ya es la mía (sí, sólo he estado dos veces).



Había sido un día largo y en gran parte insípido, y tras una copiosa cena lo lógico era largarse a dormir para empezar el día siguiente, un día lleno de tensiones y sucesos extraños.
Pachi aceptó el reto de subir la cuesta a su casa corriendo. Luego vomitó.


Martes, 30 de Septiembre de 2014

De buena mañana hicimos café y estrenamos nuestras tacitas perfectas cortesía del camarero del Reno en el jardín mirando las colinas.



En las cuestas de bajada hacia la civilización hay manzanos que pierden sus frutos. La costumbre local, según nos cuentan los habitantes del vecindario, es coger una manzana por cabeza y hacer que ruede cuesta abajo en una trepidante carrera que vence el contendiente cuya manzana haya cogido la mayor tracción. Mi manzana cayó, tras un buen comienzo, en una triste alcantarilla con hojas mojadas, y el Grillo venció de chiripa en la segunda vuelta.

El segundo café sería cortesía del Fremont Coffee Co, donde nos sirvieron cafés de Halloween. Os digo que esta gente está obsesionada con Halloween un mes antes de la fecha.
El Fremont tiene un patio maravilloso para fumar y observar la naturaleza y la extraña decoración de He-Man haciendo surf.



Nuestro plan era alquilar un coche e ir a la isla de Bainbridge, visitar el pueblo de Port Townsend y luego algún parque natural. La cosa empezó un poco torcida ya que Grillo no había traído un calzado adecuado para caminar por los bosques, y paramos en la tienda de deportes más cutre y barata del estado de Washington a ver si podía obtener algo. No sé a quién queríamos engañar probando botas tipo Quechua y zapatillas Nike rosas, pero pasamos allí unos cuarenta minutos de agonía. Tras abandonar la tienda sin ningún zapato, nuestros nervios estaban ligeramente a flor de piel y tuvimos unos pequeños gritos en el coche.
Cordialmente solucionado el conflicto, nos dirigimos al ferry que nos cruzaba a la isla. El ferry es un mágico aparato con bellas vistas de Seattle y Bainbridge. Hicimos fotos y yo sobre todo me helé como un perro.

Conduciendo hacia el norte pasamos por la granja de Chimacum, donde paramos a comprar cervezas orgánicas y echar unas fikas rodeadas de pick up trucks y “howdy folks” mirando las montañas en un momento idílico campestre.



Seguimos en el coche hacia Port Townsend. Port Townsend es un pequeño pueblo de aspecto cinematográfico sin habitantes cuerdos. Es un hecho. Cada personaje que te cruzabas por las calles tenía aspecto de estar completamente loco. Esto se corroboró al ver un cartel que así proclamaba “We all live here because we’re not all there”.
El siguiente plan era comer en Sirens, un local muy auténtico con una buena terraza donde desafortunadamente no se podía fumar. Pedimos una pizza y Grillo se pidió una clam chowder, cosa que nunca había probado y que degustó con mucha ilusión. Compartimos los tres la pizza que contenía demasiado ajo y nos sobró una porción cuyos bordes Pachi había roído cual rata. La camarera, amablemente, nos preguntó si nos queríamos llevar el resto de la pizza, a lo que Pachi y yo respondimos al unísono “No” y Grillo, al mismo tiempo, “Sí”. Esto generó un nuevo conflicto “te gustará luego tener la pizza en el maletero”, “nadie se va a comer esa pizza de bordes roídos”, “ni siquiera estaba especialmente buena”, “luego tendrás hambre y te arrepentirás”… La camarera trajo una caja para que metiésemos el trozo de pizza en ella, y así lo hicimos. “Mira yo no voy a coger la caja de la pizza, yo me voy a fumar, haced lo que queráis con la puta pizza”.

Pachi y yo dejamos la caja de la pizza encima de la mesa y nos fuimos. Qué error. Qué grave error.

Habiendo abandonado la caja de pizza en el restaurante, dimos otro paseo y buscamos un café. Pasamos por sitios encantadores como el Rose Theatre, cine antiguo cuyas palomitas tienen fama internacional, por algún motivo.
Probamos dos sitios cuyos letreros anunciaban “Café”. En ambos nos miraron como si fuésemos nosotros los que estábamos completamente locos por pensar que en sus establecimientos servían café.



Afortunadamente, al lado de la playa, estaba el Better Living Through Coffee, un lugar encantador regentado por locas en el que nos ofrecían café con leche de arroz. Lo pedimos y lo tomamos mirando al mar, nos hicimos unas fotos y pensamos que todo iba bien. Grillo, como buen grillo, metió los pies en el mar con sus vaqueros remangados creyéndose un grumete, para luego volver por la arena descalza arrepintiéndose de ello, dada la posibilidad de que hubiera trescientas mil jeringuillas de los heroinómanos de Port Townsend.



Nos fuimos al coche a seguir nuestro camino hacia la aventura del parque natural. Tendríamos que haber ido al fuerte indio, o al parque de los ciervos, o a la reserva de no sé qué. En su lugar decidimos ir a Anderson Lake State Park. Una vez allí, tras un laborioso camino, una señal indicaba la necesidad de pagar por entrar. No había dónde pagar ni nada por el estilo, pero ahí estaba la señal. Avanzamos cautelosamente hasta que llegamos al dichoso lago. En el lago había otra señal. Esta señal indicaba que por una plaga tóxica mortífera, el lago estaba cerrado al público. A mí personalmente me invadieron el terror y la sensación de fracaso extremo, así que decidimos que no íbamos a bajarnos en el parque para que cayese la noche sobre nosotros y perecer atacados por una plaga tóxica en medio del bosque de pinos para que una familia de Iowa encontrase nuestros cadáveres tres días después. En este punto tendríamos que haber sospechado que algo no iba bien y no era casualidad.
En el coche se podía escuchar el rechinar de nuestros dientes mientras decidíamos qué leches hacer ahora con nuestro escaso tiempo de luz restante. Decidimos que camino de Port Ludlow hacia el sur, había unas playas estupendas donde seguramente podríamos parar a tomar una cerveza antes de volver a Seattle, pasando por el casino indio. Yo miraba el mapa de la isla y no veía más que excelentes recovecos que daban al mar. Port Ludlow no existe, ni existen tales recovecos, pues son urbanizaciones privadas. En una de ellas, un niño con un perro nos saludaba al pasar con el coche con cara de Niño del Pueblo de los Malditos. Al ver que no iba a ser posible encontrar un bar, volvimos a la carretera, paramos en una gasolinera, compramos unos víveres y pedimos direcciones hacia alguna playa. El gasolinero nos envió por donde habíamos venido de manera sospechosa. Logramos llegar a una especie de resort de jubilados que daba a una pequeña playa, cuando ya había anochecido por completo.



Fue allí donde, todos enfadados por el fracaso y las poco fructíferas vueltas en coche, nos dimos cuenta de lo que estaba ocurriendo. La de la pizza, enfurecida por nuestro rechazo a llevarnos el último trozo tras su esfuerzo en traernos la caja, había mandado la señal a toda la isla de locos de joder a los tres españoles del Volkswagen. Los empleados de los cafés tenían como misión desorientarnos, el guardabosques de Anderson Lake había colocado carteles de peligro de muerte con el propósito de hacernos temer por nuestras vidas, el niño de la urbanización era un decoy para hacernos sentir a salvo, el gasolinero tenía órdenes estrictas de hacernos perder la cordura. Todo por el pequeño inconveniente de no llevarnos la pizza como habíamos establecido.
Declaramos a La De La Pizza la ganadora de hoy, habiendo logrado nuestro fracaso en una venganza llevada a cabo con excelencia, y no fuimos al casino ni hostias, nos fuimos de vuelta al ferry en un accidentado camino de ansiedad. Nos sentamos a fumar en el muelle esperando a que llegase el barco y mirando a ver si veíamos una incursión nocturna de mapaches que nos habían prometido. Apuesto a que La De La Pizza también había sido capaz de persuadir a los mapaches para que no saliesen esta noche.


De vuelta en la seguridad y cordura de Seattle, aparcamos el coche frente al Backdoor, una bonita coctelería/lugar de comer grasa y tomamos allí unas bebidas y unas patatas fritas. Hacía frío y mi espíritu había sido hundido por la venganza. Tú ganas, camarera de Sirens. Tú ganas.

Sunday, September 28, 2014

America, Day 3 - Su bañera es más grande que el Lago Michigan

Domingo, 28 de Septiembre de 2014


El alojamiento en Chicago no es barato. Es por eso que me dio bastante trabajo optimizar el proceso de selección de residencia via Airbnb. Me desesperé un poco y finalmente cogí al que me aceptó, lo que resultó finalmente ser una sabia decisión. Sin embargo, nada más efectuar mi reserva y consecuente desembolso de efectivos, me aprobó otro tipo que, de haber cuajado, quizá ahora os estaría contando la historia de cómo nos conocimos, nos enamoramos, nos casamos, y ahora estamos de luna de miel en el Gran Cañón del Colorado. No se dio el caso. Pero era un buen tipo, así que me recomendó una lista de cafés por orden de preferencia que bien podía haberla escrito yo, puesto que el Wormhole era el primero.


Esa mañana, de acuerdo tanto con la lista de mi marido como con mi lista de foursquare repletita de planazos, acudimos al Buzz, Killer Espresso, a tomar el primer café take away del día. El barista hipster era un poco borde, la barista goth era un poco goth, pero el café era excelente, incluso el regular Latte que bebí por accidente e implicó que el barista hipster borde fuese aún más borde. No importó, había unos perros fabulosos por el vecindario  en ese domingo de sol.



Tras otro paseo por Milwaukee Avenue, con nuestro take away coffee, volvimos al Filter a desayunar. El domingo es domingo en todas las ocasiones, y es menester disfrutarlo haciendo un poco el vago, sin que importe la localización geográfica. Desayunamos sándwiches con huevos y más cafés, y el Grillo creó un poco de su arte mientras Pachi y yo mirábamos nuestros móviles, así en general. Es lo que hace la gente. No me siento orgullosa de ello, pero vivo en esta era. Cuando se rompa mi iPhone, cambiaré, y me haré del movimiento antitecnológico de Transcendence, y mandaré postales, y dejaré crecer mis cejas, y llevaré ropa de cáñamo hecha por mí. Pero eso es otra historia.



Decidimos ir paseando de nuevo hacia Bucktown para ir caminando a Lincoln Park. Pasamos por la iglesia Luterana de Wicker Park. Car dijo que si tuviera que tener una religión, probablemente sería luterana. Es una de esas cosas que dice Car sin saber realmente quién fue Lutero ni por qué hizo una religión, pero esto no le impide entrar en la iglesia a echar un vistazo. Pachi y yo la esperamos en la puerta lo que pareció y fue un rato bastante largo. Cuando por fin salió, venía con doce folletos sobre la iglesia luterana, sus actividades de los domingos, la información sobre el coro góspel y la anécdota de la animada conversación mantenida con el Pastor Jason Glombicki. Os diré que cada vez que Grillo entra a alguna parte sale con doce folletos, y no lleva un bolso en el que quepan doce folletos, así que acabo acarreando en mi saco todos los panfletos sobre todas las curiosidades de cualquier ciudad. Y realmente sólo tendría que entrar aquí http://www.wickerparklutheran.org/
Bueno, venga, Transcendence.

El transporte público en casi todas las ciudades de América está orientado a los trabajadores que quieren evitar el tráfico para entrar o salir del Downtown. Eso significa que si tu origen o destino no es Downtown, no es posible ir de un sitio a otro en un transporte público de calidad. Esto nos lleva a los que gustamos de visitar los barrios adyacentes a tener que recurrir a caminar. Caminar es bueno, si bien a veces la gente quiere matarme por querer caminar tanto. El caso es que para ir de Wicker Park a Lincoln Park, dos barrios magníficos con extremo encanto, o coges dos autobuses que tardan una hora en total o caminas cuarenta minutos. Para mí es un no-brainer. Right, Kevin Bacon?
El camino cruza una zona industrial, un puente steampunk sobre el río de Chicago, un vertedero de neveras viejas y un par de autopistas. Para mí fue un camino encantador, pero es cierto que si pudieras recorrerlo en bici o en carromato sería un uso más agradable de tu tiempo y energía.





El Oeste de Armitage Avenue tiene mucho más encanto que el Este de Armitage Avenue, aunque también ayuda el hecho de que no son las dos de la mañana y no estás perdido en Little Puerto Rico.
La calle está llena de lugares de desayunos, brunches, tiendas de diseño, chorradas, bagels, donuts… Todo en esos edificios de la gama de colores Solo En Casa que tanto me agradan, todos decorados ya de Halloween, no vaya a ser que les pille el toro, quedando sólo poco más de un mes para la fecha.
Desafortunadamente ya era la hora de querer tomar una cerveza, y el paseo acabó tornándose en la búsqueda de un bar. Lincoln Park está rodeado de universidades y por consiguiente dirías que bares. Y en efecto hay bares, pero de nuevo nos encontramos en la tesitura del domingo de fútbol americano, y los bros, y el hecho de no poder fumar. Yo quería seguir caminando hasta el parque pero me hicieron callejear hacia señales de bares que estaban cerrados. Mi falta de 3G me impedía mirar mi foursquare, y tuvimos que ir un poco a ciegas hasta un bar que indicaba uno de mis offline maps. TRANSCENDENCE.
El bar era el colmo del Bro, con el atronador fútbol, y no era una posibilidad real.
Por suerte, a su lado se encontraba el Galway Arms, típico pub irlandés con una semejanza bastante plausible al Waxy O’Connors, donde se decidió que habríamos de repostar. Allí, Pachi y yo sacamos nuestros móviles, y El Grillo se fue al baño.
Cuando habían pasado unos cuarenta y cinco minutos, decidí ir al baño a buscar al Grillo. Estaba allí, por primera vez en varios días. Decidí dejarla, dándole la contraseña de la Wifi para su entretenimiento. Cuando por fin subió, tuvo este otro entretenimiento:



El siguiente paso era ir al parque, a ver el Diversey Harbor y por fin el lago Michigan. Como siempre, la gente quiere comer, así que Pachi fue al Subway y Car a por una manzana seca a un convenience store. Yo preferí abstenerme como es habitual hasta que la alimentación fuese óptima.

El parque tenía un precioso lago, fuentes para perros, y algún que otro loco, pero no en exceso.
El grillo andaba buscando otro baño (no sé) y acabó yendo a un port-a-potty del terror. No sé en qué situación tendría que encontrarme yo para ir a un port-a-potty, pero no me lo quiero imaginar.

En el puerto miramos los barquitos y la ciudad al fondo, sentados en un escalón de piedra estilo Eurípides. Veíamos una curva que parecía llevar a la costa pero nadie salía o entraba de allí y no sabíamos si haríamos un camino inútil que nos iba a llevar a una autopista. Finalmente fluyeron los peatones y nos decidimos a ir hacia allí. Y menos mal, pues nos topamos de bruces con la gran masa de agua azul majestuosa que es ese lago. Menudo flipe. De nuevo, y para mi infortunio, mis compañeros de viaje no estaban en el mejor humor. Supongo que es por comer Subways y manzanas secas.




En Chicago hay que pasar bastante más tiempo del que nosotros habíamos estimado, y siendo este nuestro último día completo, no pudimos pasar la tarde tirados en el suelo de la North Avenue Beach, pues era menester ir al museo.
Perdimos nuestro tiempo, una vez más, buscando un taxi en la puerta de un hospital. Aún no habíamos descubierto el placer del Uber. Conseguimos llamar y que viniera uno, milagrosamente. Nos llevó por la costa a la puerta del Art Institute of Chicago, a una hora de que cerrase sus puertas.
Pachi decidió quedarse fuera leyendo su libro de Tolstoi, y Car y yo conseguimos comprar las entradas de última hora, que rebajan su precio de 23 a 10 dólares. Tuvimos que correr por el museo, al ritmo de Please Please Please Let Me Get What I Want en instrumental, de la mano con un grupo de niños, mirando a la niña de Seurat fijamente y buscando los cuadros críticos.



El Elton John y Ru Paul estaba en una exposición temporal y me lo perdí, pero vimos unas cuantas obras magníficas que llenaron nuestras vidas de gozo y propósitos.





Nos cerraron en la cara cuando habíamos subido las escaleras a todo trapo rumbo a Picasso, pero en general fue una visita fructífera. Salimos e hicimos unas cuantas fotos de nuestros alrededores, y de una china que lo pidió. Echamos una buena fika y luego fuimos en busca de Pachi, que estaba en el jardín del museo, donde había gente bailando tango de una manera organizada. La gente que hace cosas tiene mi admiración.

Mi intención era caminar hacia uptown y quizá visitar el John Hancock, pero no era una intención realista, pues se iba a hacer de noche y no íbamos a llegar jamás, especialmente cuando por el camino, de nuevo perdimos al Grillo dejándola que entrase a un supermercado de esos bonitos. Otros veinte minutos.

Lo realista era coger el L Train para volver a Logan Square y disfrutar más del área, y así lo hicimos. Dimos un paseo al atardecer eligiendo el lugar óptimo para nuestra cena entre todos los que teníamos en la lista de foursquare repletita de planazos. Paramos en una tienda de comics fantástica donde el Grillo me regaló el fabuloso libro de The Oatmeal del perro.
Entramos en el bar más hipster de la lista, el Longman & Eagle. Tenía ese ambiente Hackneyano, con esa decoración cuidada con cabezas de animales muertos y ese público en el que rezuma la estupidez snob. Mientras la hostess nos contestaba con esa bordería estudiada que les enseñan en Hipster Snob Hostess School, y teniendo claro en ese mismo instante que no permaneceríamos en ese establecimiento, robé unas cerillas con un diseño espléndido y salimos escopetados de allí.
Nos decidimos por el Reno, de ambiente familiar, simpáticos camareros (hipsters) y pizzas de aspecto excelente. Fue una gran elección. Mientras mis comensales disfrutaban de sus ensaladitas, yo esperaba pacientemente mi pizza. El Grillo no paraba de declarar lo deliciosa que estaba su ensalada. Pobre infeliz, si bien cuando el Grillo gusta de una buena ensalada, no se callará jamás al respecto hasta que finalice su ingestión.
Mi pizza fue un acierto digno de los anales de la Historia, que me proporcionó calor y satisfacción. Otro gran acierto fue pedir unos espressos. Cuando llegaron los espressos el Grillo había ido a fumar, y yo dije “verás como cuando llegue el Grillo no podrá dejar de admirar la perfección de estas tazas”.



Antes de partir, decidimos preguntarle a nuestro simpático camarero hipster de dónde procedían esas buenas tazas. Cuando nos contestó que de internet y de China, decidimos preguntarle si nos vendería unas buenas tazas. Nos regaló dos, diciendo que las metiese en mi bolso y saliese corriendo. Mi primer souvenir de América, gratis y con una buena anécdota a su respecto. Gracias, buen camarero. A día de hoy disfrutamos de estas buenas tazas en el hogar de Madrid.

Salimos energizados y con buen humor rumbo al Whistler, un cocktail bar semiclandestino donde había comedy shows y un buen patio de fumadores. Al lado de este garito estaba la tienda de fotografía y fotomontajes que más feliz me ha hecho desde 1984. Debajo mi ejemplo favorito.



En el club, el show de comedia era un grupo de chicos y chicas eligiendo gente del Tinder en sus móviles. Para mí esto no tenía ningún sentido ni ninguna gracia, así que tras unos minutos de observarlo con perplejidad, salimos al patio de fumar. Abusamos bastante del patio de fumar, y pasaron las horas hablando de Pablemos y de Economía y del Nuevo Orden Mundial en tonos acalorados. El Grillo entraba y salía a ver los shows pero nosotros seguíamos fumando ahí.
Preguntamos a algunos de los residentes locales mexicanos que nos indicasen algún lugar donde pudiéramos ir a bailar, y todo el mundo parecía estar de acuerdo con nuestra primera elección que era el Danny’s Tavern, que pillaba bastante cerca del hogar. Buena música y abierto hasta tarde cada día de la semana.

Ciertamente el Danny’s era un garitazo/cueva con un gran DJ, pero ahora era mi turno para estar un poco de mal humor, pues en general la gente loca y borracha no suele ser de mi agrado cuando no soy uno de ellos. La camarera loca bailaba encima de la barra, la gente encima de los sofás, y se caían y no se partían el cuello y morían por milagros de la providencia. Finalmente me senté en la barra a pedir cervezas y hacerle un dibujo al grillo en su cuaderno de viaje que jamás será terminado.
Cuando ya me había acomodado al bar y estaba disfrutando, lo cerraban y nos tuvimos que largar. Volvimos paseando y disertando sobre el impacto que había tenido en Pachi el ligoteo desenfadado de la camarera loca hacia su persona.

Jeff, el dueño de nuestro pisito de Bucktown, es un tipo afable. Nunca llegamos a conocerle en persona, pero a pesar de que no limpie muy bien su morada, se nota en el ambiente. Es un tipo que admira a Buda, eso es así. El Grillo llegó a casa y se tumbó en las piedras falsas que Jeff tenía como alfombra de relajación, y admiró a Buda. El vino.

Y así concluye nuestro domingo en Chicago. Como nota, he de decir que he escrito estas líneas mientras tengo a mi alrededor a una familia loca que es la mía propia, que se tiran cáscaras de mandarina los unos a los otros a ritmo de Fats Domino, irrumpiendo en mi proceso laboral y dificultando mi concentración.

Sólo quedan ochocientos días que narrar. Hasta la próxima.