Thursday, August 1, 2013

Dos días en Manchester

O cómo sobrevivir a toda serie de inconvenientes y obstáculos que el Universo trata de interponer en tu camino para que no disfrutes de tu miserable vida.

Veamos. Todo empezó ayer por la mañana, 31 de Julio del año 2013 de Nuestro Señor, 33 cumpleaños de Harry James Potter, un miércoles cualquiera.

Yo cuando me voy de viaje nunca pierdo el tren ni nada, eso sólo lo hago cuando tengo que ir a Weybridge. Y sé que es culpa de mi subconsciente y no mía.
Pues bien, me levanté bastante temprano, considerando que mi tren salía a las 9:20, y me duché, y me alisé el pelo a conciencia. Cuando salí a coger el Overgound de las 8:30, teniendo en cuenta que mi casa está justo en frente de la parada, alguna fuerza del mal decidió que en ese intervalo de dos minutos iba a caer una lluvia torrencial sobre mi cabeza.

Gracias, Universo.

Sólo son tres paradas en Overground para hacer transbordo a la Victoria Line. No fue especialmente traumático.
Cuando llegué a Highbury & Islington, resulta que por el hecho de que no hay escaleras mecánicas de bajada, hay una cola de diez minutos para poder acceder al andén. WTF, Londres, WTF? No podéis andar un poquito más deprisa? En serio.

Gracias, TFL.

Una vez en el andén existe el proceso de “tonto el último” para meterse en un vagón. La ventaja que yo suelo tener es que la gente camina en grupos de dos o más y yo suelo ser la pobre niña sola de cabello encrespado (ver entrada anterior), entonces donde no cabe una parejita yo pego un empujoncillo y consigo entrar en el primer metro. Este comportamiento me lleva a tener que surfear en movimiento, ya que no hay disponibles barras verticales para mi sujeción y mi estatura me impide alcanzar la barra horizontal. También me lleva a tener que darle explicaciones verbalmente o con la mirada a cualquiera con el cual me haya tropezado en el proceso. Les digo que es que tengo que coger un tren a Manchester. Entonces se compadecen de mí, ya que saben que ya tengo bastante con tener que irme a Manchester.

Llegué a Euston con 20 minutos y sin haber imprimido el billete. Busqué en las máquinas la manera de hacerlo, me desesperé un poco al no encontrarla, y decidí ir a por un café a Caffe Nero® y echar una buena fika®. En el Nero había tanta cola que nunca jamás habría conseguido nada, así que tuve que ir al ATM Coffee o como se llame. Bah. Los sitios sin Loyalty Card no me inspiran ninguna confianza.
Conseguí echar media fika rápidamente y sacar el PDF del billete de mi iPhone®.

Una vez en mi vagón de First Class ya me sentía mucho mejor con este viaje infernal. Hasta decidí pedirme el desayuno vegetariano complementario. Consistía en OJ, salchichas químicas sin animal, huevo y tomates. Esto me satisfizo y empecé a dar pequeños mordisquitos a las cosas esperando pacientemente a que me trajesen lo que se me aseguraba que se me iba a ofrecer: tostadas y croissants. Menos mal que decidí desistir y comerme el huevo, porque las tostadas llegaron en Macclesfield, las hijas de puta.

Gracias, Virgin Trains.

Una vez en Manchester me tomé mi tiempo, dando un paseo con una ligera llovizna hasta Piccadilly Gardens y cogiendo un café en el Costa® para llevarlo en el tranvía.

Tuve unas reuniones fructíferas durante el día, pero no vamos a entrar en detalles ya que es classified information clearance level 3.

A las 18h decidí dar el día por zanjado e irme a chequear in en mi hotel y al cine.

La elección de calzado fue bastante fallida, pues hay días que mis botines deciden que me quedan grandes. Ayer por supuesto fue uno de esos días, porque ayer fue un día por joder. Los diez minutos de la oficina a la estación, bajo la ligera llovizna, andando a lo Oda Mae Brown y cargando con la mochila, fueron bastante infernales. En mi mochila tenía mis sandalias, pero llevaba medias y estaba lloviendo, así que no me parecía nada apropiado.
Decidí bajarme en Market Street y visitar Office en busca de esas Fred Perry de skineto que hace meses que quiero.
Las tenían allí y las pedí en una talla 6. Me dijeron que vale, que ahora me las traían.
Después de 10 minutos le dije al tipo “oye tronco”. Ni se acordaba de lo que quería ni le importaba. Me pareció muy Pretty Woman, con mi aspecto de pobre niña sola de cabello encrespado teniendo que alegar que “tengo pasta larga para gastar”.
Después de otros 5 minutos vino otra dependienta con un nivel de desdén todavía más alto que el del anterior, para decirme que sólo tenían la talla 7.
Si me hubieran tratado con cierta cortesía, les habría pedido la talla 7, que al fin y al cabo es la mía, pero como eran unos hijos de una furcia, pues...

Gracias, Office.

Pues me fui a Topshop. Allí ojeé por encima los zapatos caros pero en mi cansancio e inhabilidad para andar decidí ir a los baratos. Allí vi unas bailarinas normales talla 39 que me servirían para completar mi camino del día y poder irme al cine. Me probé la zapatilla derecha, como es costumbre, me pareció bien, y las compré.
Estuve en la cola seis o siete años, y pagué £16 por lo que pensaba que me salvaría de un absoluto calvario.
Antes de cambiarme de zapatos pasé por la puerta de Office con la bolsa de Topshop en la mano y dije “Holaaaa, se acuerda de mí? Estuve aquí antes y no quiso atenderme! Trabaja a comisión, verdad? Pues metió la pata! Hasta el cuello! Adióooos, me voy de comprasss!”.
Nah, sólo pasé por la puerta con aire de superioridad.
Luego me senté en un banquito a ponerme las bailarinas y poder llegar a mi hotel.
Caminé cuatro o cinco metros pensando que la zapatilla izquierda estaba un poco prieta. Me la quité y comprobé que en efecto era el 39 y no el 38. Pues nada, resulta que mi pie izquierdo es una talla menor que el derecho, dios mío, soy deforme, soy mutante, qué verguenza, no puedo ir a devolverlas alegando esto, etc.
Con este sufrimiento / descubrimiento, llegué al Britannia Hotel. El Britannia Hotel es el edificio que siempre está en mi puta cara cuando llego a Manchester. Por algún motivo ayer no lo estaba, ayer conseguí irme a la izquierda en lugar de a la derecha todas las veces, y convertir un paseo de 7 minutos en una caminata de 20. Con un pie más pequeño que otro. A todo esto, el cine empezaba a las 20:15 y eran las 19:30. Bueno, el cine está al lado, seguro que me da tiempo.

Llegué al hotel y chequeé in. Pagué un precio ridículo por mi habitación y se me indicó el camino hacia ella. Cuando la tipa me dijo que siguiera recto que era en el Ground Floor, ya me olió a chamusquina.
Room 049. En el Ground Floor. Abrí la puerta. Entré. Lo miré. Abrí la puerta. Salí.

Fui a Recepción a alegar que muchas gracias por darme una habitación tan barata, pero para dormir en un cuarto sin ventana o en un armario, podría haber pasado la noche en el arroyo.
Exigí que se me cambiase la habitación por una con ventana. Todo esto lo hice con encanto, no con la bordería que normalmente me caracteriza. Esto os lo podéis creer si queréis. Dudo que lo hagáis.

El recepcionista búlgaro que me atendió fue muy amable y me aseguró que iba a darme la habitación con la ventana más grande de todas.
Se lo agradecí mucho y pensé que fue muy amable.

De hecho fue tan amable que ya me olió de nuevo a chamusquina.

Cuando llegué a mi nueva habitación, en el piso 5 y último, me deleitó ver que era espaciosa y tenía ventana. Sí. Una ventana gigantesca que no se abre más de 10 centímetros y da a un aparcamiento y a la parte de atrás de la City Tower.

Se estaba vengando a la vez que cumpliendo mi requisito.

Gracias, Recepcionista búlgaro.

Eran las 20:02. Aún me daba tiempo a ir al cine, pues está a 7 minutos andando del hotel. Lo sabía porque lo había mirado dos veces, pero también porque había pasado por él cuando me había perdido para llegar al Hotel desde LA ESQUINA DE AL LADO.

Decidí que dada mi deformidad en el pie izquierdo, no podía ponerme las bailarinas, así que tendría que hacer el esfuerzo de llevar sandalias con medias.
Cuando me quité las bailarinas, me di cuenta de que la derecha era la 40 y la izquierda la 39.

Gracias, Topshop.

Esto me demuestra que mi talla es la 40 y los botines son mágicos, pero también que me cago en la puta.

Me fui corriendo al cine, por el que había pasado antes de llegar al hotel. Conseguí, no obstante, perderme, bajo la ligera llovizna, en sandalias con calcetines.
Llegué a tiempo, a las 20:10. Hay anuncios, hay trailers. No importa si llegas un poco tarde.
Pero sí importó, porque había cola en todas las máquinas, en todas las taquillas. Colas kilométricas.

Gracias, Orange Wednesdays.

Me encantan los Orange Wednesdays. Dan 2 x 1 en entradas del cine para los clientes de Orange. Yo si quiero puedo pedirle a alguien un código de Orange y aprovechar la oferta. El problema es que soy la pobre niña sola de cabello encrespado y no es 1 x 0.5. Así que hago cola, sola, mientras me rodeo de gente que aprovecha la oferta y crowdea mi cine.

Por supuesto cuando llegó mi turno, la máquina se bloqueó y tardó doscientos años en dispensar mi entrada. También me había olvidado mi tarjeta Odeon Premiere Club y no pude ahorrarme nada de los £9.45 que tuve que pagar.

Todo este día ha transcurrido sin que yo haya ingerido nada salvo esas salchichas vegetarianas y el huevo del principio. Así que me pareció lógico y normal pedir un Combo mediano de palomitas y Pepsi® y considerarlo como gasto de cena de viaje de trabajo. Si es que no les puedo salir más barata. Oye esta historia es cada vez más Kit DeLucca.

Bueno, pues pienso que me perdí dos minutos de peli como mucho. Pero no creo que fuesen unos minutos cruciales, ya que aún no había sido presentado el personaje de Melissa McCarthy.

Ah, vi The Heat.

Me reí como un auténtico jabalí bebé que está aprendiendo a correr por los campos.

Pensé que mi día había mejorado ostensiblemente tras ver tal obra maestra del cine actual.

Y por supuesto pensé que era imposible que me perdiese para volver al hotel, ya que ya había hecho ese trayecto tantísimas veces.

No me perdí, pero no tuve ninguna confianza en ningún momento.

Al llegar a mi habitación de gran ventanal que no se puede abrir, puse la televisión y me hice un té.
Ponían mierdas y Tango y Cash, así que dejé Tango y Cash.

Luego vi que ponían Man on Fire en otro canal y la pillé empezada. Decidí apagarla y dormir.

La última vez que estuve en Manchester estuve en un hotel feo y sin ningún encanto, en medio de la nada, que me cabreaba. Garantizaban “a great night’s sleep or your money back”. No he dormido mejor en mi vida. En toda mi vida. Eso me cabreó también, ya que no pude quejarme del maldito hotel en medio de la nada.
Este hotel está en medio del meollo, es bonito, es guay, es rock star, tiene una escalinata. Y está lleno de viejos borrachos porque el bar es absurdamente barato. Bah. No dormí muy bien pero es más nuestro rollo quedarse en sitios así.

Esta mañana me he despertado tranquilamente y he echado una fika en el baño. Que se jodan.
Después de otro té, he conseguido descubrir el funcionamiento de la ducha de pared y usarla. Apenas salía agua pero he lavado mi cabellera confiando en que mi plancha me ayudaría a domarla después de sufrir con mi peor pesadilla, también conocida como “secador de hotel”.

Tras unos diez o doce días, sequé mi pelo. Lo sequé en plan “seco”, sin dar ninguna importancia a su nivel de encrespamiento rozando el look electrocución.

Luego he sacado mi plancha para enchufarla. También traje mi tapa de boli BIC que utilizo como adaptador. Esto, amigos, funciona siempre.
Pero hoy no.
Tras buscar un adaptador por toda mi mochila, tras buscar algún otro palo que insertar en el tercer hueco del enchufe, tras romper el cargador de mi Nokia para insertar el palo y debajo la plancha, he tenido que desistir. La pobre niña sola de cabello encrespado hoy ya era una realidad innegable, sin importar con qué ojos la mirases.

Gracias, Inglaterra.

Esta es la cuarta página de Word a espacio único y todavía no he terminado de quejarme ni de la mitad de las cosas que me iba a quejar. Os voy advirtiendo.

Pues he salido del hotel haciendo algo de tiempo, parando a tomar un café, y con intención de ir a Topshop a cambiar la bailarina izquierda del 39 por una bailarina izquierda del 40.
El dependiente ha sido muy amable y ha ido a buscar mi bailarina izquierda. No quedaban. Pensamos que una con con un pie más grande que otro hizo el trueque. Así que me tuve que ir con un refund, y en sandalias. Por suerte hoy hace CUATROCIENTOS grados y podía llevar sandalias sin medias. Alguna ventaja tenía que tener.

Tras mi nuevo fail, me dirigí a la parada del tranvía.
Cuando ayer leí que se celebraban The Ashes en Old Trafford pensé “pues vale”, pensé que no pasaba nada, que no era algo que me tuviese que importar.
Cuando llegué a la parada del tranvía, había gente. Gente a rebosar. Gente con banderas de Australia colgadas en forma de capa, gente con trajes hechos con la Union Jack. EL CRICKET!
Y es que les gusta el Cricket, amigos, les gusta el Cricket.

Gracias, Cricket.

(Que no Grillo®!)

Les gusta tanto el maldito cricket que he tenido que esperar tres tranvías hasta que he tenido que desistir. Luego he leído en twitter que había que esperar 75 minutos de media para poder meterte en uno.

Pero antes de leer eso he decidido ir probando suerte en otras paradas. Todo esto en sandalias que apenas he estrenado y por supuesto provocan heridas en mi pobre piéa.

Tras recorrer tres paradas he llegado a Deansgate, un poco el borde de lo que llaman “City Centre”, y he decidido coger un teko.
Para coger un teko sólo se necesita dinero en efectivo. Para conseguir dinero en efectivo sólo se necesita un cajero. Para conseguir un cajero sólo hay que ir a, no sé, cualquier esquina en cualquier ciudad civilizada.
Pues no, aquí no. Aquí hay que andar diez kilómetros bajo el sol entre carreteras desconocidas para llegar al primer banco existente.

Divisado en la acera de enfrente, tuve que arriesgar mi vida para cruzar la calle y llegar al Oasis que para mí en ese momento era el Banco Santander.
El Banco Santander ocupaba todo un edificio y tenía un solitario cajero. Ese solitario cajero, ese oasis, tenía una pantallita que reflejaba la luz del sol, al igual que lo refleja ese estanque con la palmerita del desierto.
Al acercarme a la pantallita, ponía SORRY FOR THE INCONVENIENCE.

HIJO DE PUTA.

Ahí es cuando he llorado un poco y he estado a punto de volver al centro a cogerme un tren de vuelta a Euston.

Pero la PNSDCE es más fuerte de lo que parece, y he conseguido llegar a un Natwest.

Gracias, Natwest.

No, en serio, gracias.

Afortunadamente había muchos taxis gracias al maldito cricket (que no grillo®), así que he cogido uno y me ha llevado a Sale.

En Sale he decidido que merecía comer algo, así que he comido algo antes de subir a trabajar.

He trabajado. Ha sido horrible. De nuevo, classified.

Creo que ya no me quedan cosas por las que quejarme, puesto que he podido salir de la oficina a las 16:35, he llegado holgadamente a la estación, me ha dado tiempo a tomarme una cerveza y unas pat... Ahá!
Sí, me puedo quejar. Me han cobrado £8.80 por una cerveza y unas patatas. Si no fuera porque cuenta como mi comida del día, me habría molestado.

Ahora soy un ser de cara brillante, en un tren. Es un poco como volver de Benicássim, pero en First Class.

Este trayecto de vuelta está siendo fantástico, me tratan fenomenal. Me han traído dos cervezas, uvas con queso y mucha amabilidad.


Gracias.

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