Saturday, January 2, 2021

Norilsk, 2 de Enero de 2021

 



#perkohappy2021


Hoy desperté a las 6:50. Puede parecer una hora temprana para un sábado 2 de enero, pero la Puk se fue a dormir a las diez de la noche. El día anterior había sido un día muy domingo, if you know what I mean. Quién iba a decir que la fiesta de Nochevieja de tres convivientes y un pequeño híbrido deshidratado de kiwi y banana iba a ser la más salvaje desde hacía doce años.


Hoy se abrió ante mí un mundo de posibilidades; lleno de café, organización doméstica, bricolaje y ropa de verano del tío Nic Nac: ordené mis cajones. Fabriqué un divisor de cajón cortando una caja de Rice Krispies y forrándola con papel de regalo. En mi cabeza no era una manualidad de un niño de 5 años, que es lo que ha acabado siendo el producto final, pero ha cumplido su función: puedo separar mi ropa de gimnasia de mis dos camisetas y de mis catorce pijamas.


Después de tal proeza despertó Pisti, y tomamos café (el segun), y vimos osos Grizzly en Alaska cazando salmones y algún halibut. Me di la primera ducha de 2021, que ojalá pudiera ser la última. Aquí lo dejo: si encuentro una lámpara con un genio dentro, mis tres deseos: paz mundial, erradicación del hambre en el mundo y levantarme todos los días como si acabase de ducharme y secarme el pelo. Me cago en la puta, qué coñazo ya con la ducha de los cojones.


Perdón.


Tenía que ir a reciclar dos bolsas de botellines y cavas de Nochevieja, pero había muchas bicicletas en la plaza, y no se puede llevar dos bolsas de botellines y cavas en bicicleta. Así que, con las manos vacías, cogí una, una de las mejores bicis que jamás he cogido (la #5053), y fui por Gran Vía yo sola, y en dirección contraria por Marqués de Cubas sin que ningún taxi tratase de matarme, y por Huertas sin esquivar Forklift Trucks, y dejé la bici con gran pesar, porque bicis como esa sólo se encuentran una vez en la vida (o dos veces en la misma noche).

Le había dicho al Grillo que podíamos tomar un tércer en Las Escuelas, pero el Grillo últimamente quiere descafeinados, así que me metí en el Día a ver si había Lavazza descafeinado. Como no había, compré dos litros de Mahou.

Tomamos nuestras cañas y echamos nuestras fikas mientras discerníamos la diferencia entre Horse and Hound y Pop-Up Dinosaur Book.


Yo estuve revisando mis Excels y Tableaus de mi Gran Proyecto Biográfico y Grillo hizo todo lo que no había hecho antes (ducharse y tal). Habíamos quedado con Aiti y Pat, pero a la vez yo también había quedado con familiares y allegados, así que me dio tiempo a tomar una caña en La Granja Blanca al sol del Polo antes de irme a mi cita.


Para ir a mi cita cogí otra bici. También era una gran bici, la 6449, y subí la cuesta al Retiro en una brisa. En el Retiro estaba España Entera y tuve que hacer slalom con quinientos quince patinadores, ciento catorce niños en triciclo y un par de mimos.

Gracias a mi gran bici llegué 15 minutos pronto. Se me ocurrió que lo mejor que podía hacer con mis 15 minutos era ir a Mercadona a hacer acopio de pipas para el mes, y me encaminé hacia allí. Pero cuando vi que tenía que bajar la cuesta y luego volver a subirla, me pareció un plan descorazonador, y decidí en su lugar quedarme en el sitio echando una fika y hablando por teléfono. Ahora me arrepiento, pues en lugar de vaguear y comer pipas, estoy escribiendo esto.


Llegó el Pisto y subimos. Se nos otorgaron Estrellas Galicia, regalos de Navidad, buena comida y buena compañía con distancia y ventanas abiertas durante un par de horas.


Cuando nos íbamos, escribí a Sarah Jessica Parker a ver si seguían en las calles. Al coger el taxi contestaron que sí, así que desviamos el taxi para yo poder acudir a ver a mis amigas, que estaban en la Plaza de Norilsk, la segunda ciudad más grande del Círculo Polar Ártico y la más septentrional del mundo, anteriormente conocida como Plaza de Cascorro. Cuando las vi sólo faltaba un barril con un fuego y quizá de fondo el skyline de Chicago en enero.


Cambiamos de barril y fuimos a Tirso de Molina, donde había columnas de fuego donde el Grillo puso sus pies descalzos. Aiti gritó de frío. Patricia ya no sé si era ella o un hobo acostumbrado.


Después de eso ya era necesario irse a casa a encender el horno. Nos despedimos y yo pregunté a la policía en qué dirección podía subir Sol hacia mi casa. Me enviaron a Preciados. En Preciados había mucha gente en dirección contraria, lo cual es un timo.

Esta mañana me puse el reloj y miré la hora a ver si llegaba a tiempo a mi cita de las 11:45 y eran las 7:10. Mi reloj no tenía pilas. Me lo quité y lo metí en el bolso.

Gracias a las indicaciones policiales, pasé por Swatch. Allí pedí que me cambiaran la pila. Y empezó mi Tour De Comedia Por Madrid Tratando De Hacer Reír a Los Dependientes De Las Tiendas. Le pregunté a la chica “oye, aquí, dónde pone la hora?” sin darme cuenta realmente de que en toda la tienda no hay más que paredes de relojes y todos en hora. Le expliqué que mi móvil había muerto de frío y al no tener batería en el móvil ni pila en el reloj, estaba tan perdida que podría ser todavía 2020. Se rió, aunque no tanto como yo, que me sentía muy on fire.

Continué mi camino por Callao y la Corredera, donde siempre paso por la tienda de utensilios de cocina cerrada. Hoy estaba abierta, era mi día. Entré y empecé a coger utensilios de cocina. Una amable dependienta vino a ofrecerme dejar los utensilios que llevaba en mi mano en la caja. Le dije que no iba a caer en su triquiñuela, que mi pauta era que sólo podía comprar lo que cupiese en mis manos. Claramente cacé sus técnicas de venta. Hice un par de gracias más, verdaderamente buenas, pero ya no las recuerdo. Me echaron pétalos de rosa al salir de la tienda con una espátula, una cuchara, un pitorro para la botella de aceite y una botella de cristal.

Prácticamente en la acera de enfrente está El Moderno, donde siempre entro y admiro, y casi nunca compro. Pero hoy era mi día. Y he visto una maceta amarilla. Yo ahora estoy muy yellow accents, y quería esa maceta. Fui a la caja a pedirla y el chico me acompañó a por ella, y sacó el philodendro de dentro para dármela. Y yo le dije que no podía dejar ahí huérfano al philodendro, que obviamente tenía que llevármelo, que no podía arrebatarle su hogar. Así que también lo he comprado, y como le he relatado no a uno sino a dos dependientes, lo he llamado Phil.

Ya parecía que me iba a casa en serio, pero es que justo dos pasitos más arriba está la tienda de cosas a granel. Y yo no quiero cosas a granel, sólo quiero todos los recipientes de cristal, sacos de paja, cestas de mimbre e incluso bolsas de papel marrón que contienen todas esas movidas. Entré a preguntar si las vendían, y no las vendían, pero me compré almendras bañadas en chocolate negro por el módico precio de alrededor de siete mil cuatrocientos euros. Por supuesto le conté a la dependienta que en mi suelo hay 8 kg de patatas y necesito esas cestas. A esta no le hice tanta gracia como a los anteriores. Bah.

Y volví a casa.

Y me tomé una cervecita con Pisti. Y coloqué a Phil.

Y dije “voy a reciclar, y al Carrefour a comprar papel higiénico”.


Entonces me volví a poner el abrigo, el gorro, la mascarilla, y el aura general de Señora de las Palomas de Solo en Casa 2, y me llevé todo el reciclaje.

Y Carlin está enfrente de los contenedores, y estuve mirando pilots durante horas, y compré uno.

Y Tipos Infames está enfrente del Carrefour, y estuve mirando libros durante horas, y compré unos.

Y en el Carrefour compré papel higiénico, y para apoyar a la Sanidad, también unas Doctor Oetker.


Y ahora estoy aquí con mi manta, y el fútbol en la tv, y mi fika. Aún tengo los pies fríos. Este ha sido el sábado 1 de 52 de 2021, y ha sido muy buen sábado.

No desperdiciéis vuestros sábados, que sólo quedan 51.


Aquí me despido. Mañana no tengo ningún plan, lo cual me llena de esperanza e ilusión por un buen domingo.


Hasta mañana.

Saturday, August 22, 2020

Día 35 Happy Summer 2020

 Día 35




A insistencia del grillo ruidoso, el día 35 os lo voy a contar entero.

Esta ha sido una de las únicas 10 de 164 noches la cual he dormido casi entera. Me sobé ni sé viendo qué. Reina Mary Queen Of Scots estaba apaciblemente dormida entre mis patas. Mi sentido arácnido me avisó de que Kevin estaba en modo predator nocturno y se disponía a saltar sobre la cabeza de Pisti para devorarla.

Me he despertado, he echado a ambos felinos del camastro cual Salomón, y he continuado la dormición.


Por si no está claro, audiencia, hoy es un glorioso sábado. El 34 de 52.


Inciso -


Del gran año 2020, ya han pasado el 65% de los sábados. ¿Cómo te quedas?


Anyway -


Cuál ha sido mi sorpresa cuando Pisti, 7:45 de la mañana, me ha despertado con “vamos, hay que trabajar!”

Él ha pensado que era una broma divertidísima.

Para hacer todo más hilarante, su intención era seguir durmiendo, pero bajando las persianas.

Estos días los estamos pasando en una maravillosa casa del futuro: tú le das a un interruptor y un robot baja las persianas. Pero es uno de esos robots tocapelotas. “Sí, voy a bajar las persianas, pero aunque tú quieras total oscuridad, hey, está amaneciendo, mejor  voy a tiltearme y dejar entrar el sol a rayas. ¿No ves lo bonito que es el amanecer? ¿Para qué quieres dormir más de seis horas hoy? ¿No quieres levantarte y tomar un cafecito?”


Ahí está mi trigger: el café. Mmm, café. El prímer - el prímer es como restregarse sobre un suave y cálido terciopelo líquido. Cuando el día empieza así, todo parece que va a ser cuesta abajo.

Mi plan para hoy era echarme 6 fikas y beberme 6 botellines. El nivel de fracaso a estas alturas puede medirse en: 200%, el doble, estrepitoso, vergonzoso... o sin más podemos decir que bueno, que no lo he conseguido. Todo depende del juez y su clemencia. Realmente, si el juez soy yo, ¿qué diantres me importa? Qué, ¿me vas a juzgar tú? JA.


Vale, estoy empezando a cansarme de escribir. Podría narrar el minuto a minuto cual comentarista deportivo, pero es que, admitámoslo, tampoco voy a decir nada que fuera a dejarte Californians delante del espejo.

He tomado tres cafés, he hecho catorce largos, ha venido la artista Lola Prados a tomar el aperitivo, los gatos se han escondido en bolsas, más piscina, un poco de jamoncito... 

Al final eso es lo que hace un buen día, la cotidianidad. Porque no todos los días felices tienen que contener un conciertazo de Arcade Fire al aire libre, una Pizza Pilgrim’s people watching en Dean Street, o encontrarte a John Gallagher Jr en Tompkins Square Park.


Ojalá todos mis días tuvieran un concierto de Arcade Fire, una pizza en Dean Street, y una conversación con Johnny Gallagher en el East Village. Pero un sábado entero al solecito, en el mismo metro cuadrado, sin tener que preocuparte por la ropa que llevas y, sobre todo, escuchando temazos de New Order, también es un día maravilloso.

Thursday, October 2, 2014

And we're back - Seattle 2014

Jueves, 2 de Octubre de 2014



- Pachi, queremos ir a Downtown. ¿Dónde está la parada del autobús?
- En frente de Lighthouse Coffee Roasters, ¡no tiene pérdida!

De buena mañana fuimos a por nuestro café de Lighthouse y, siguiendo las instrucciones del bueno de Pachi, cogimos el autobús a Downtown en la parada de enfrente del Lighthouse. En Seattle, compras un billete del autobús y te sirve para ir en todos los autobuses que quieras durante la siguiente hora y media. Esto está muy bien porque así, cuando te subes al autobús en el sentido contrario camino de Alaska, puedes bajarte, cruzar la calle y coger el autobús en el sentido correcto sin sentirte tan subnormal como te habrías sentido de haber tenido que pagar el billete de nuevo. Una vez rectificado este pequeño error, sólo habían pasado unas diez calles, y pudimos reír al respecto cuando el autobús paró en LA OTRA parada enfrente del Lighthouse.


Era uno de esos días en los que se me olvida que odio ir a tiendas, y el plan era ir a ver si en Urban Outfitters se cocía algo. Lo que pasa es que no encontré el Urban Outfitters de Downtown. En su lugar encontramos una tienda de paspartús, que es la cosa que más le gusta al Grillo, y me hizo hacerle fotos con ellos.
También estuvimos en la Seattle Public Library, donde hay buenas vistas y baños que puedes utilizar, así como una gift shop. Es posible que tenga un problema con los edificios oficiales y sus gift shops. Sobre todo cuando venden chorradas que no tienen nada que ver con el sitio concreto. Peluches de Grumpy Cat!

Tras todos estos viajes y experiencias, es de sobra evidente que ir a Downtown nunca merece la pena, que es un agujero lleno de locos, como hemos demostrado en nuestras diversas crónicas de ciudades de América. Pero veréis que en Los Angeles también fuimos, y veréis, muy pronto, cómo voy a ir también en Boston y Philadelphia y Washington DC y Nueva York. Pero esto aún está por venir.
El caso es que nos largamos de allí una vez más, para ir a Capitol Hill una vez más.



Una vez en nuestra salsa, entramos en Everyday Music y lo dimos todo con mis pocos dólares. Yo compré Funeral de Arcade Fire en vinilo, porque soy así de pretenciosa, y el Grillo compró Who’s That Girl de Madonna en vinilo, porque carece de dignidad pública. Para portar nuestras adquisiciones, le regalé al buen Grillo la tote bag de la tienda, que a día de hoy sigue portando cualquier adquisición que hagamos en el Carrefour de la esquina. Así evoluciona el glamour de nuestra triste vida.

Habiendo hambre ya, retrocedimos cuesta abajo para comer a un lugar por el que habíamos pasado con anterioridad, llamado Honeyhole, donde tenían unos deliciosos sándwiches de bacon vegano y pollo vegano, y patatas fritas y cerveza. Capitol Hill tiene todo lo que yo necesito para vivir feliz, incluido el extra de Monterey Jack Cheese.


Tras una holgada estancia en el garito, volvimos a subir la cuesta para continuar hacia el parque, pero yo decidí que no me venía nada mal un soya latte. Por esto, volvimos a bajar la cuesta un poco para ir a Stumptown Coffee Roasters, otro de mis lugares elegidos de mi lista de foursquare repletita de planazos, en el que ya había estado en mi viaje de 2011. Y esta vez, sí, café en mano, volvimos a subir la cuesta para ir al parque. El problema fue que el Grillo se dejó el sombrero en el Honeyhole y tuvimos que volver a bajar la cuesta para ir a por él y volver a subirla para ir al maldito parque.

Por suerte, Volunteer Park y el camino hacia él son buenos lugares donde hay buenos perros que pasean. Hay incluso un Urban Outfitters. La verdad es que es raro encontrar algo que no sea espantoso en Urban Outfitters, pero yo siempre entro, no vaya a ser.

En el largo paseo del camino, el Grillo compuso la canción de la “hamburguesa rastrera (merienda/ cena)”. Esta es una de las cosas que surgen cuando eres muy consciente de que, por culpa de ser vegetariano,  pagas más y eres más infeliz. Una buena hamburguesa rastrera callejera, de mala calidad y óptimo sabor, que comes con las manos por un dólar cincuenta. Suspiros.

Así cantando, llegamos a Volunteer Park, donde vimos el sol de otoño sobre la Space Needle en la Reservoir. Y por haber tardado tanto en llegar allí, sólo pudimos cruzar el parque e irnos. Paramos por supuesto en los baños públicos, y vimos árbore, bello, bella, y el invernadero desde fuera.




Habíamos quedado en Ballard, donde iríamos al concierto de los Drowners esa misma noche. Para ir allí, cogimos un autobús correctamente, y nos bajamos en medio del Barrio de Apuñalar para ir a los Ballard Locks a ver el atardecer sobre los canales de pescadores de salmón. Not many people know this, but you can put your weed there. Con esto me refiero a que no mucha gente visita los Ballard Locks porque la gente no sabe lo que de verdad es bueno. Merece la pena, y yo tengo razón.



Fuimos al encuentro de Pachi y ésos sus amigos por la calle donde pasaríamos mucho, mucho tiempo. Ballard es mejor que Capitol Hill, porque no hay tantos dementes por las calles, que son más pequeñas y cucas. Vimos al Unicornio Desbocado, que nos cayó tan bien que fuimos a verlo varias veces más.





Tomamos algo en MacLeod’s Scottish Pub, donde gente pretenciosa cuestionó la autoridad del Grillo debido a su discurso en defensa de la perfecta validez de Madonna y Who’s That Girl. El siguiente lugar, muy a mi pesar, fue un restaurante mexicano, en vez de lo que habría tenido todo el sentido, que habría sido una buena pizza. Pero bueno, estuvimos cómodos en la terraza, la compañía era agradable y la comida vegetarian-friendly.

Llegó el momento de ir a nuestro concierto, en la Tractor Tavern. Por supuesto le compramos una camiseta del garito a Trect, porque cuando uno es tan tractor, lo tiene que llevar como insignia.
Estábamos muy emocionadas de ir a ver a Matt Hitt, por eso de que es amigo de mi marido, a pesar de tener doce años y medio y hacer música de dudosa calidad. En concierto ganan mucho, y en directo es un buen chickenlager.




Nos dieron un poco de pena porque sólo había 20 personas viéndoles tocar, pero América es así, les gusta Blink 182 y los demás no podemos hacer nada por arreglar eso.
En lugar de hacernos amigas de la banda e irnos de gira con ellos por USA y conocer a Zackery y casarme, nos fuimos al terminar el concierto a buscar a los demás. Les encontramos en otro concierto gratuito de folk, de Profesor Eller y Madame Gall o no sé qué. Molaba bastante y tocaron unas versiones de Magnetic Fields, que me hicieron mucha ilusión. En Seattle conoces gente sólo porque ellos no te conocen y quieren conocerte. Entiendo que eso no pasa en Madrid, porque aquí ya te conoce y desprecia toda la población de edad elegible. Desde aquí mando un saludo a mi amigo Matt Cecil que me invitó a PBRs en Lock and Keel Tavern y es tan buena gente. Me obligaron a partir a las 4 AM. Normalmente no soy partidaria de estar fuera del hogar a partir de las 2 AM, pero estamos hablando de una noche estupenda. Ay, Seattle.



Viernes, 3 de Octubre de 2014



Enlazo las entradas, puesto que este se trata de nuestro último día en Seattle. Qué tragedia. Diciendo a todo el mundo que nos íbamos a Los Angeles, tó emocionadas, sin saber lo que realmente nos esperaba.

Anyway… Pachi estaba “enfermo” y se quedó a trabajar desde casa de esta guisa:




Allí le dejamos, y nos subimos y bajamos unas cuestecitas para ir al Lighthouse a por el café por última vez. Nuestro plan era ir a Ballard de nuevo, puesto que nos había gustado tanto de noche que queríamos verlo de día. Fuimos caminando bajo el sol por las breweries que hay en el camino. Eso sí que es un planazo, las breweries. Lo apruebo como trend del momento. Pasamos por cosas masónicas, y por el nuevo Bauhaus café, donde tomé mi segun del día, mientras el Grillo probaba y elegía cuidadosamente todos los puntafinas que había en Dakota Art Store de enfrente. Fue tan cuidadosamente que eligió, que también me tomé mi tércer.

Paseando por la calle del unicornio de la noche anterior, decidimos comer. Decidimos comer pizza, CLARO. Está Ballard Pizza, está Delancey’s, está Zayda Buddy’s, está Patxi’s Tavern. Elegimos Patxi’s, y puedo alegar sin duda alguna que fue la mejor elección.




Tras tal buena pizza no había otra que tomar más café. Al Caffé Fiore ya con razón le tenía yo echado el ojo. No sólo era un gran café con unas tasas de gusto impecable, sino que tenía un camarero tíobueno de Los Angeles. Para nosotras esto fue una señal de que en Los Angeles hay chickenlagers mazo majos. Otra equivocación.

Tomamos nuestros cafés en la terraza y nos reímos muchísimo. Lo cierto es que no sé de qué, pero es que tengo estas fotos:




Avanzamos unos dos o tres pasos para seguir paseando, pero vimos el bar King’s Hardware. Molaba demasiado como para pasar de largo. La decisión fue establecer allí el Headquarters y cuando hubiese necesidad de seguir paseando, hacerlo mientras se echaban las fikas por turnos. En uno de los turnos de Grillo, desapareció 35 minutos, pero yo seguí en mi booth con mi pinta, mirando el paisaje chickenlageriano.

Y allí pasaron las horas de nuestro último día en Seattle. Puliéndonos una pasta, trincando cerveza… El hermanito mayor no lo jodió todo ni nada.


Pachi vino allí a buscarnos, milagrosamente recuperado de su “enfermedad”. Esa misma noche empezaba el Macefield festival en el edificio de al lado, con conciertos y exposiciones gratuitas. Tocaban los Sonics en lo no gratuito, y una mierda muy grande en lo gratuito. El bajista era atractivo, así que toleré ver un rato a la banda horrible. Cuando empezaron a cantar su hit que se nos pegaría el resto de la noche y el resto de la vida, “baby you’re great, you’re great, you’re great, and you’re awesome” decidimos que habíamos tenido suficiente.

Pachi nos llevó a ver el Bastille, un restaurante francés caro y precioso. Allí estaba el Highlight del viaje, el perro Kevin, que hacía muchos truquitos fascinantes a cambio de treats.



Nos juntamos con más amigos y les acompañamos a Ballard Pizza. Car tomó más pizza. Yo ya había tomado suficiente pizza, a pesar de que hay algo muy cuestionable en la frase “había tomado suficiente pizza”.

El planazo a realizar después fue ir a Hilliard’s Brewery a tomar más cerveza. No, no habíamos tomado suficiente cerveza.
En Hilliard’s conocimos a más gente, como se hace en Seattle. Uno de ellos era el Master Brewer, un Thor cortamaderas que se llevó la decepción de su vida al darse cuenta de que ya se había casado con otra mujer antes de conocer a la mujer de su vida que era yo. Lástima.
Una vez más, conversamos sobre LA y nuestra inminente partida hacia allí a la mañana siguiente. Nuestra emoción contenida y sus caras de póker eran una habitual combinación. Pero eso ya es otra historia.

Fuimos muy felices, Seattle. Gracias por acogernos y tratarnos tan bien, y por no llover. Los amuletos de Sergio parecen hacer efecto.


Wednesday, October 1, 2014

America - The King County Days

Miércoles, 1 de Octubre de 2014


Una soleada mañana en el jardín. El rocío impide que me siente en la hierba que es lo que me gustaría. Pachi se va a devolver el coche y, en un gesto habitual de buena voluntad y generosidad, nos trae café take away. Esto me llena de sosiego y me hace empezar el día con una esperanza abrumadora.

Pachi tenía que irse a trabajar, pero nos dejó con unas sugerencias de rutas Seattleitas que podríamos seguir en el día de hoy antes de volver a encontrarnos por la tarde. En ocasiones Car y Pec nos echamos unas fikas y una cosa lleva a la otra y es la una de la tarde. Antes de que eso ocurriese, me fui a comprar más cafés take away al Lighthouse Coffee Roasters, mítico lugar donde más tarde (mucho más tarde) obtendría un termo para mis futuros cafés take away como souvenir.



Me decidí por una pequeña ruta por Fremont antes de dirigirnos a Downtown andando. Visitamos algunas tiendecillas de segunda mano y las atracciones turísticas que ofrece el barrio: la logia masónica, la estatua de Lenin, el cohete y los canales. No fuimos a ver al Troll porque yo ya había visto al troll y aunque el Grillo antaño coleccionaba fotos de troles, no estaba especialmente interesada en ver este.

Cruzando el puente de Fremont, mientras hacíamos fotos y admirábamos el paisaje, empezó a sonar el aviso de levantamiento de puente. Le dije al grillo que debía darse prisa en cruzar y dejarse de hacer fotos, lo cual ella entendió como una alarma de ataque aéreo que nos obligaba a evacuar inmediatamente los aledaños y correr por nuestras vidas. Just as well.



Caminamos por la antigua vía de tren que rodea Lake Union, buscando, claro, la casa de El Desvelado de Seattle (jiji). Es un paseo excelente, entre vegetación y casas barco de millonarios arquitectos viudos, hasta que termina la vía del tren y comienza la pasarela de restaurantes chinos barra operaciones encubiertas de prostíbulos y marisco.

Por supuesto cuando llegamos al sur del lago nos topamos de bruces con los edificios altos y las calles grandes que no son especialmente guays y hacen que pierdas tu tiempo en la caminata. Ahí el grillo ya quería comer, como humano que es, y me obligó a ir al Whole Foods. En el Whole Foods, por mucho Whole que sea, es imposible encontrar barritas alimenticias que no contengan fructosa, dextrosa, maltodextrina, lactosa o sacarosa. Por no hablar de los emulgentes E-442 y E-476. Así que no sé en qué acabó la cosa, pero me suena que en un cabreo y un zumo de naranja natural para mí.

Teníamos intención de estar en Downtown y visitar algunas tiendas. La primera tienda en la que quise entrar fue el paraíso de AT&T, donde por fin iba a obtener una tarjeta SIM para mi iPhone que iba a posibilitar el chequeo constante de mi lista de Foursquare repletita de planazos. Al entrar, nos atendió inmediatamente Adrian J, el mexicano más enterado, inteligente y sabido (he buscado la traducción de “knowledgeable” en Google) de todo el estado de Washington. En seguida nos inspiró muchísima confianza con su trato amable y sus respuestas tecnológicas, así que Car decidió que seguro que también podía resolverle una duda que había estado acechándola toda la mañana:
“¿Seattle se mueve?”
No, Seattle no se mueve.
Resulta que el grillo estaba mareada desde que salimos de casa y no quiso decir nada al respecto porque probablemente yo la mataría, harta de su infinita hipocondría. Hizo bien.
Adrian J, representante de AT&T de día y Chamán de noche, le dijo que es normal marearse al día siguiente de haber ido en barco, y que tomase Peppermint Tea.
Ya mucho más grillo contento, continuamos nuestras andanzas por Downtown. Downtown es como todos los downtowns de América: un asco. Cosas a destacar: un yonki con un cartel que ponía algo así como “I let you blow me for $5”, un pobre cartero que vació el saco del buzón de correos para encontrarse cientos de jeringuillas usadas, y locos. Locos everywhere.

Fuimos a Pike Market, que es una de esas cosas que a mí me gustan de lejos y al grillo le gusta ver muy, muy de cerca. Me hizo parar en casi todos los puestos, y nos reímos de los amuletos de Sergio que había por todas partes. También me hizo hacer fotos a los pescaderos, que me pillaron. A Car le gustan los pescaderos. Nadie sabe a día de hoy por qué.



Tras enfurruñarme entre el gentío, y prometer que la llevaría otro día (no), pudimos partir colina arriba hacia Capitol Hill, pues ya era la hora de tomarse una cerveza, digo yo. El Grillo se tomaría un peppermint tea, pero qué le voy a hacer yo.

Capitol Hill, el Malasaña de Seattle. Eso si Malasaña molase, claro.


Nos dimos una vuelta colina arriba buscando un buen bar para esperar a que Pachi saliese de trabajar. Alcanzamos el Linda’s Tavern, gran bar, que sería donde Pachi quería quedar. Todo sale bien.

Nos sentamos en una booth a mirar a los viandantes que pasaban por las calles. En mi anterior visita, mi impresión fue que la gente de Seattle viste mal. Grunge barra Quechua. Car estaba indignada porque todo el que pasaba tenía mucho más estilo que ella.
Vino Pachi con El Javier Cano Ése® y seguimos tomando bebidas. Desafortunadamente el Peppermint Tea se convirtió en Trending topic y la gente bebió té. Luego vino un amigo de EJCE que viajaba por las montañas. Este no bebió té.
Teníamos un camarero muy extraño que venía a preguntarnos si queríamos más cosas incesantemente y con cierta llama psicopática en la mirada. Yo siempre quería más cervezas pero nos dejaba bastante confusos. Aun así le dejamos una buena propina, no hay que arriesgarse a otra situación como La De La Pizza.

Tras abandonar Linda’s y su bonito patio de fumar, Pachi nos llevó al Century Ballroom, un teatro donde la gente hacía bailes de salón. Ballroom dancing. That sort of thing. Era bastante espectacular tanto el ambiente como los sucesos que allí acaecían. Nos hicimos unas fotuelas en las escaleras pero como no las tengo conmigo ahora mismo y tengo prisa, pues no sé si las veréis. Eso es así.

El Javier Cano Ése® y su amigo se marcharon para madrugar e ir a Vancouver al día siguiente. “¿Quedamos mañana? No mira lo siento es que me voy a Vancouver”. Sí.
Nosotros pasamos por Elliott Bay Book Company y entonces yo ahí sí que me cabreé. Una increíble librería gigante llena de libros de bolsillo baratos de diseño exquisito en infinitas estanterías de madera.
La Fnac, La Central, su madre y su vieja pueden irse a donde yo te diga. Ya está bien, hombre.


No compré ningún libro por no cargar con él, pero los fotografié para su futura adquisición. Amazon.co.uk me los vende por £0.19, Amazon.es por €17.00. No es el momento de empezar a gritar, blasfemar y maldecir contra la industria editorial española. No es el momento.

Tras la visita a ese templo era hora de refrescar el gaznate. Fuimos al Cha Cha Lounge, llamado Hipster Central por los Siatelitas. Un garito bastante mítico de luz roja y calaveras y cervezas de tres dólares. Allí volvimos a hacer de las nuestras y pasamos la velada en el patio de fumar, donde estaba el ambiente. El Grillo dibujó la escena, que era Pachi bailoteando alrededor de una gótica, y habló con un tipo del que se enamoró que resultó ser un poco retarded porque no sabía geografía. No sé, no lo recuerdo bien. Si hubiéramos terminado el cuaderno de viaje que nunca será terminado, quizá lo sabría.



Moving On…

Cambiamos de garito, porque nos gusta visitar muchos garitos. Desafortunadamente el Comet Tavern ya no es lo que era y han puesto mesas para que los adultos se sienten a hablar en vez de bailar y hacer el memo, así que fuimos al Unicorn. El Unicorn es una movida rarísima con decoración circense. Desafortunadamente, también con mesas y adultos que se sientan a hablar. Hacía un poco de frío allí dentro y no lo vimos nada claro, así que nos largamos. Nos decidimos por Moe’s, otro lugar de adultos que toman cócteles (joder) y nos tomamos otra bebida. Había un concierto no gratis en la parte de atrás. La diversión a dos metros...

Ahí Pachi tiró la toalla y se rajó de nuestro planazo de ir al karaoke japonés que hay a la vuelta de la esquina. Mi objetivo en la vida es siempre ir al karaoke japonés cuando hay uno cerca, así que nos fuimos las dos allí a hacer el memo. Hicimos nuestros clásicos (Bon Jovi, Eminem, los Killers, Jay Z) sin audiencia, lo cual es un poco extraño, aunque no deja de ser divertido.

A la salida nos enganchó un canadiense que hablaba de política como un americano cualquiera (vamos, que no tenía ni puta idea) y que getó on my nerves un poco.
Tras la hora de karaoke, lo mejor que se puede hacer en la vida es comer pizza. Así que así hicimos, comimos pizza en Big Mario’s, satisfactoria decadencia 100% garantizada con una buena New York Style Pizza.

La puerta del Mario’s es como un nido de criaturas nocturnas que entran y salen y sobre todo se tambalean. Esto hace que haya muchos taxis. Cogimos un taxi. Nos fuimos a casa. Nos asustamos con la araña del picaporte. Nos fuimos a dormir.


Monday, September 29, 2014

America - trains, planes and automobiles

Lunes, 29 de Septiembre de 2014


Última mañana en Illinois. El Grillo y el Churk se levantan temprano y, con cara de sueño y aspecto de resaca se van en busca de un último café de la lista. El lugar elegido, a veinte minutos andando por encima de las crujientes hojas otoñales, es el Ipsento Coffee House. Encantador café con encantadores perros y desayunos con nombres de escritores pretenciosamente deliciosos. Nos pedimos un Mark Twain y un Ernest Hemingway. El resultado fue quizá el mejor croissant con queso, huevos, tomate y espinacas que he comido jamás, y un buen café a nombre de Bepah, que es lo que el barista hipster buenamente entendió.
A la vuelta paramos en el Green Corner, uno de esos lugares blancos e insípidos que licuan verduras para tu disfrute de zumos saludables. Allí Grillo cameló a la china que lo regentaba para que nos diese tres zumos por diez dólares y así poder llevar uno a Pachi y aliviar el sentimiento de culpa que nos acechaba por haberle abandonado.



Siempre es un poco estresante tener que irse de un lugar dejando las llaves dentro, por lo que hay que estar absolutamente seguro de no haberte dejado nada. De ahí al espectáculo obsesivo compulsivo que nos brindó el Grillo hay un trecho, pero voy a obviar los diagnósticos clínicos de este evento y decir simplemente que sí, que nos fuimos de casa de Jeff y no nos olvidamos nada.

Tras el fracaso del taxi de ida, era obvio que cogeríamos el L Train para volver a O’Hare, sabia decisión a la par que un bello tránsito despidiéndonos de los tejados de Chicago. Pachi y Car son gente de ir a aeropuertos con tiempo, pero pudimos colar otro paseíto con maleta antes de emprender el viaje. Tomamos unas cervezas en el Big Star, lugar de Tacos frente a Milwaukee Ave, mientras hablábamos del teletransporte y de qué haríamos cada uno con la oportunidad de utilizar ese medio de movilidad.

En los aeropuertos casi nunca pasa nada interesante ni divertido, todo es agobio, gente, pasillos y comida de mala calidad. Yo comí bagel con patatas fritas, mi alimento estándar de aeropuerto de USA, y nuestro avión se retrasó dos horas y todo era asqueroso. Señoras que hacen aerobic en la puerta de embarque y ningún souvenir para mi mausoleo.

No recuerdo nada digno de mención del periodo de cuatro horas de vuelo, así que sin más diré que aterrizamos en Seattle, Washington, con retraso pero soltura. El aeropuerto de Seattle tiene un mix de decoración entre grunge y esquimal, y la zona de fumar está en la punta absolutamente contraria de la parada de taxis. Por supuesto fuimos a echar una fika igual, no vaya usté a creerse que no. Llegamos en la noche por la carretera, pasamos por la fábrica de Boeing y el cementerio, vimos a lo lejos el puerto y las montañas.

El taxi nos dejó en la puerta de casa en la cima de la cuesta. Pachi tiene una gran casa con un gran jardín que disfrutaríamos más adelante. Nos advirtió que, acercándose Halloween, su casa estaba llena de arañas falsas en lugares estratégicos. Había una en el pomo de la puerta que todas las veces sin excepción asustaría al Grillo.
Ahora dejaríamos las maletas y nos iríamos a uno de mis sitios favoritos, el 9 Million in Unmarked Bills, que sirve excelentes hamburguesas veganas con bacon falso del que me gusta a mí, y tomaríamos eso y unas cervezas en la mesa que ya es la mía (sí, sólo he estado dos veces).



Había sido un día largo y en gran parte insípido, y tras una copiosa cena lo lógico era largarse a dormir para empezar el día siguiente, un día lleno de tensiones y sucesos extraños.
Pachi aceptó el reto de subir la cuesta a su casa corriendo. Luego vomitó.


Martes, 30 de Septiembre de 2014

De buena mañana hicimos café y estrenamos nuestras tacitas perfectas cortesía del camarero del Reno en el jardín mirando las colinas.



En las cuestas de bajada hacia la civilización hay manzanos que pierden sus frutos. La costumbre local, según nos cuentan los habitantes del vecindario, es coger una manzana por cabeza y hacer que ruede cuesta abajo en una trepidante carrera que vence el contendiente cuya manzana haya cogido la mayor tracción. Mi manzana cayó, tras un buen comienzo, en una triste alcantarilla con hojas mojadas, y el Grillo venció de chiripa en la segunda vuelta.

El segundo café sería cortesía del Fremont Coffee Co, donde nos sirvieron cafés de Halloween. Os digo que esta gente está obsesionada con Halloween un mes antes de la fecha.
El Fremont tiene un patio maravilloso para fumar y observar la naturaleza y la extraña decoración de He-Man haciendo surf.



Nuestro plan era alquilar un coche e ir a la isla de Bainbridge, visitar el pueblo de Port Townsend y luego algún parque natural. La cosa empezó un poco torcida ya que Grillo no había traído un calzado adecuado para caminar por los bosques, y paramos en la tienda de deportes más cutre y barata del estado de Washington a ver si podía obtener algo. No sé a quién queríamos engañar probando botas tipo Quechua y zapatillas Nike rosas, pero pasamos allí unos cuarenta minutos de agonía. Tras abandonar la tienda sin ningún zapato, nuestros nervios estaban ligeramente a flor de piel y tuvimos unos pequeños gritos en el coche.
Cordialmente solucionado el conflicto, nos dirigimos al ferry que nos cruzaba a la isla. El ferry es un mágico aparato con bellas vistas de Seattle y Bainbridge. Hicimos fotos y yo sobre todo me helé como un perro.

Conduciendo hacia el norte pasamos por la granja de Chimacum, donde paramos a comprar cervezas orgánicas y echar unas fikas rodeadas de pick up trucks y “howdy folks” mirando las montañas en un momento idílico campestre.



Seguimos en el coche hacia Port Townsend. Port Townsend es un pequeño pueblo de aspecto cinematográfico sin habitantes cuerdos. Es un hecho. Cada personaje que te cruzabas por las calles tenía aspecto de estar completamente loco. Esto se corroboró al ver un cartel que así proclamaba “We all live here because we’re not all there”.
El siguiente plan era comer en Sirens, un local muy auténtico con una buena terraza donde desafortunadamente no se podía fumar. Pedimos una pizza y Grillo se pidió una clam chowder, cosa que nunca había probado y que degustó con mucha ilusión. Compartimos los tres la pizza que contenía demasiado ajo y nos sobró una porción cuyos bordes Pachi había roído cual rata. La camarera, amablemente, nos preguntó si nos queríamos llevar el resto de la pizza, a lo que Pachi y yo respondimos al unísono “No” y Grillo, al mismo tiempo, “Sí”. Esto generó un nuevo conflicto “te gustará luego tener la pizza en el maletero”, “nadie se va a comer esa pizza de bordes roídos”, “ni siquiera estaba especialmente buena”, “luego tendrás hambre y te arrepentirás”… La camarera trajo una caja para que metiésemos el trozo de pizza en ella, y así lo hicimos. “Mira yo no voy a coger la caja de la pizza, yo me voy a fumar, haced lo que queráis con la puta pizza”.

Pachi y yo dejamos la caja de la pizza encima de la mesa y nos fuimos. Qué error. Qué grave error.

Habiendo abandonado la caja de pizza en el restaurante, dimos otro paseo y buscamos un café. Pasamos por sitios encantadores como el Rose Theatre, cine antiguo cuyas palomitas tienen fama internacional, por algún motivo.
Probamos dos sitios cuyos letreros anunciaban “Café”. En ambos nos miraron como si fuésemos nosotros los que estábamos completamente locos por pensar que en sus establecimientos servían café.



Afortunadamente, al lado de la playa, estaba el Better Living Through Coffee, un lugar encantador regentado por locas en el que nos ofrecían café con leche de arroz. Lo pedimos y lo tomamos mirando al mar, nos hicimos unas fotos y pensamos que todo iba bien. Grillo, como buen grillo, metió los pies en el mar con sus vaqueros remangados creyéndose un grumete, para luego volver por la arena descalza arrepintiéndose de ello, dada la posibilidad de que hubiera trescientas mil jeringuillas de los heroinómanos de Port Townsend.



Nos fuimos al coche a seguir nuestro camino hacia la aventura del parque natural. Tendríamos que haber ido al fuerte indio, o al parque de los ciervos, o a la reserva de no sé qué. En su lugar decidimos ir a Anderson Lake State Park. Una vez allí, tras un laborioso camino, una señal indicaba la necesidad de pagar por entrar. No había dónde pagar ni nada por el estilo, pero ahí estaba la señal. Avanzamos cautelosamente hasta que llegamos al dichoso lago. En el lago había otra señal. Esta señal indicaba que por una plaga tóxica mortífera, el lago estaba cerrado al público. A mí personalmente me invadieron el terror y la sensación de fracaso extremo, así que decidimos que no íbamos a bajarnos en el parque para que cayese la noche sobre nosotros y perecer atacados por una plaga tóxica en medio del bosque de pinos para que una familia de Iowa encontrase nuestros cadáveres tres días después. En este punto tendríamos que haber sospechado que algo no iba bien y no era casualidad.
En el coche se podía escuchar el rechinar de nuestros dientes mientras decidíamos qué leches hacer ahora con nuestro escaso tiempo de luz restante. Decidimos que camino de Port Ludlow hacia el sur, había unas playas estupendas donde seguramente podríamos parar a tomar una cerveza antes de volver a Seattle, pasando por el casino indio. Yo miraba el mapa de la isla y no veía más que excelentes recovecos que daban al mar. Port Ludlow no existe, ni existen tales recovecos, pues son urbanizaciones privadas. En una de ellas, un niño con un perro nos saludaba al pasar con el coche con cara de Niño del Pueblo de los Malditos. Al ver que no iba a ser posible encontrar un bar, volvimos a la carretera, paramos en una gasolinera, compramos unos víveres y pedimos direcciones hacia alguna playa. El gasolinero nos envió por donde habíamos venido de manera sospechosa. Logramos llegar a una especie de resort de jubilados que daba a una pequeña playa, cuando ya había anochecido por completo.



Fue allí donde, todos enfadados por el fracaso y las poco fructíferas vueltas en coche, nos dimos cuenta de lo que estaba ocurriendo. La de la pizza, enfurecida por nuestro rechazo a llevarnos el último trozo tras su esfuerzo en traernos la caja, había mandado la señal a toda la isla de locos de joder a los tres españoles del Volkswagen. Los empleados de los cafés tenían como misión desorientarnos, el guardabosques de Anderson Lake había colocado carteles de peligro de muerte con el propósito de hacernos temer por nuestras vidas, el niño de la urbanización era un decoy para hacernos sentir a salvo, el gasolinero tenía órdenes estrictas de hacernos perder la cordura. Todo por el pequeño inconveniente de no llevarnos la pizza como habíamos establecido.
Declaramos a La De La Pizza la ganadora de hoy, habiendo logrado nuestro fracaso en una venganza llevada a cabo con excelencia, y no fuimos al casino ni hostias, nos fuimos de vuelta al ferry en un accidentado camino de ansiedad. Nos sentamos a fumar en el muelle esperando a que llegase el barco y mirando a ver si veíamos una incursión nocturna de mapaches que nos habían prometido. Apuesto a que La De La Pizza también había sido capaz de persuadir a los mapaches para que no saliesen esta noche.


De vuelta en la seguridad y cordura de Seattle, aparcamos el coche frente al Backdoor, una bonita coctelería/lugar de comer grasa y tomamos allí unas bebidas y unas patatas fritas. Hacía frío y mi espíritu había sido hundido por la venganza. Tú ganas, camarera de Sirens. Tú ganas.