Miércoles, 1
de Octubre de 2014
Una soleada
mañana en el jardín. El rocío impide que me siente en la hierba que es lo que
me gustaría. Pachi se va a devolver el coche y, en un gesto habitual de buena
voluntad y generosidad, nos trae café take away. Esto me llena de sosiego y me
hace empezar el día con una esperanza abrumadora.
Pachi tenía
que irse a trabajar, pero nos dejó con unas sugerencias de rutas Seattleitas
que podríamos seguir en el día de hoy antes de volver a encontrarnos por la
tarde. En ocasiones Car y Pec nos echamos unas fikas y una cosa lleva a la otra
y es la una de la tarde. Antes de que eso ocurriese, me fui a comprar más cafés
take away al Lighthouse Coffee Roasters, mítico lugar donde más tarde (mucho
más tarde) obtendría un termo para mis futuros cafés take away como souvenir.
Me decidí por
una pequeña ruta por Fremont antes de dirigirnos a Downtown andando. Visitamos
algunas tiendecillas de segunda mano y las atracciones turísticas que ofrece el
barrio: la logia masónica, la estatua de Lenin, el cohete y los canales. No
fuimos a ver al Troll porque yo ya había visto al troll y aunque el Grillo
antaño coleccionaba fotos de troles, no estaba especialmente interesada en ver
este.
Cruzando el
puente de Fremont, mientras hacíamos fotos y admirábamos el paisaje, empezó a
sonar el aviso de levantamiento de puente. Le dije al grillo que debía darse
prisa en cruzar y dejarse de hacer fotos, lo cual ella entendió como una alarma
de ataque aéreo que nos obligaba a evacuar inmediatamente los aledaños y correr
por nuestras vidas. Just as well.
Caminamos por
la antigua vía de tren que rodea Lake Union, buscando, claro, la casa de El
Desvelado de Seattle (jiji). Es un paseo excelente, entre vegetación y casas
barco de millonarios arquitectos viudos, hasta que termina la vía del tren y
comienza la pasarela de restaurantes chinos barra operaciones encubiertas de
prostíbulos y marisco.
Por supuesto
cuando llegamos al sur del lago nos topamos de bruces con los edificios altos y
las calles grandes que no son especialmente guays y hacen que pierdas tu tiempo
en la caminata. Ahí el grillo ya quería comer, como humano que es, y me obligó
a ir al Whole Foods. En el Whole Foods, por mucho Whole que sea, es imposible
encontrar barritas alimenticias que no contengan fructosa, dextrosa,
maltodextrina, lactosa o sacarosa. Por no hablar de los emulgentes E-442 y
E-476. Así que no sé en qué acabó la cosa, pero me suena que en un cabreo y un
zumo de naranja natural para mí.
Teníamos
intención de estar en Downtown y visitar algunas tiendas. La primera tienda en
la que quise entrar fue el paraíso de AT&T, donde por fin iba a obtener una
tarjeta SIM para mi iPhone que iba a posibilitar el chequeo constante de mi
lista de Foursquare repletita de planazos. Al entrar, nos atendió
inmediatamente Adrian J, el mexicano más enterado, inteligente y sabido (he
buscado la traducción de “knowledgeable” en Google) de todo el estado de
Washington. En seguida nos inspiró muchísima confianza con su trato amable y
sus respuestas tecnológicas, así que Car decidió que seguro que también podía
resolverle una duda que había estado acechándola toda la mañana:
“¿Seattle se
mueve?”
No, Seattle no
se mueve.
Resulta que el
grillo estaba mareada desde que salimos de casa y no quiso decir nada al
respecto porque probablemente yo la mataría, harta de su infinita hipocondría.
Hizo bien.
Adrian J,
representante de AT&T de día y Chamán de noche, le dijo que es normal
marearse al día siguiente de haber ido en barco, y que tomase Peppermint Tea.
Ya mucho más
grillo contento, continuamos nuestras andanzas por Downtown. Downtown es como
todos los downtowns de América: un asco. Cosas a destacar: un yonki con un cartel
que ponía algo así como “I let you blow me for $5”, un pobre cartero que vació
el saco del buzón de correos para encontrarse cientos de jeringuillas usadas, y
locos. Locos everywhere.
Fuimos a Pike
Market, que es una de esas cosas que a mí me gustan de lejos y al grillo le
gusta ver muy, muy de cerca. Me hizo parar en casi todos los puestos, y nos
reímos de los amuletos de Sergio que
había por todas partes. También me hizo hacer fotos a los pescaderos, que me
pillaron. A Car le gustan los pescaderos. Nadie sabe a día de hoy por qué.
Tras
enfurruñarme entre el gentío, y prometer que la llevaría otro día (no), pudimos
partir colina arriba hacia Capitol Hill, pues ya era la hora de tomarse una
cerveza, digo yo. El Grillo se tomaría un peppermint tea, pero qué le voy a
hacer yo.
Capitol Hill,
el Malasaña de Seattle. Eso si Malasaña molase, claro.
Nos sentamos
en una booth a mirar a los viandantes que pasaban por las calles. En mi
anterior visita, mi impresión fue que la gente de Seattle viste mal. Grunge
barra Quechua. Car estaba indignada porque todo el que pasaba tenía mucho más
estilo que ella.
Vino Pachi con
El Javier Cano Ése® y seguimos tomando bebidas. Desafortunadamente el
Peppermint Tea se convirtió en Trending topic y la gente bebió té. Luego vino
un amigo de EJCE que viajaba por las montañas. Este no bebió té.
Teníamos un
camarero muy extraño que venía a preguntarnos si queríamos más cosas
incesantemente y con cierta llama psicopática en la mirada. Yo siempre quería
más cervezas pero nos dejaba bastante confusos. Aun así le dejamos una buena
propina, no hay que arriesgarse a otra situación como La De La Pizza.
Tras abandonar
Linda’s y su bonito patio de fumar, Pachi nos llevó al Century Ballroom, un teatro
donde la gente hacía bailes de salón. Ballroom dancing. That sort of thing. Era
bastante espectacular tanto el ambiente como los sucesos que allí acaecían. Nos
hicimos unas fotuelas en las escaleras pero como no las tengo conmigo ahora
mismo y tengo prisa, pues no sé si las veréis. Eso es así.
El Javier Cano
Ése® y su amigo se marcharon para madrugar e ir a Vancouver al día siguiente. “¿Quedamos
mañana? No mira lo siento es que me voy a Vancouver”. Sí.
Nosotros
pasamos por Elliott Bay Book Company y entonces yo ahí sí que me cabreé. Una
increíble librería gigante llena de libros de bolsillo baratos de diseño
exquisito en infinitas estanterías de madera.
La Fnac, La
Central, su madre y su vieja pueden irse a donde yo te diga. Ya está bien,
hombre.
Tras la visita
a ese templo era hora de refrescar el gaznate. Fuimos al Cha Cha Lounge, llamado
Hipster Central por los Siatelitas. Un garito bastante mítico de luz roja y
calaveras y cervezas de tres dólares. Allí volvimos a hacer de las nuestras y
pasamos la velada en el patio de fumar, donde estaba el ambiente. El Grillo
dibujó la escena, que era Pachi bailoteando alrededor de una gótica, y habló
con un tipo del que se enamoró que resultó ser un poco retarded porque no sabía
geografía. No sé, no lo recuerdo bien. Si hubiéramos terminado el cuaderno de
viaje que nunca será terminado, quizá lo sabría.
Moving On…
Cambiamos de
garito, porque nos gusta visitar muchos garitos. Desafortunadamente el Comet
Tavern ya no es lo que era y han puesto mesas para que los adultos se sienten a
hablar en vez de bailar y hacer el memo, así que fuimos al Unicorn. El Unicorn
es una movida rarísima con decoración circense. Desafortunadamente, también con
mesas y adultos que se sientan a hablar. Hacía un poco de frío allí dentro y no
lo vimos nada claro, así que nos largamos. Nos decidimos por Moe’s, otro lugar
de adultos que toman cócteles (joder) y nos tomamos otra bebida. Había un
concierto no gratis en la parte de atrás. La diversión a dos metros...
Ahí Pachi tiró la toalla y se rajó de nuestro planazo de ir al karaoke japonés que hay a la vuelta de la esquina. Mi objetivo en la vida es siempre ir al karaoke japonés cuando hay uno cerca, así que nos fuimos las dos allí a hacer el memo. Hicimos nuestros clásicos (Bon Jovi, Eminem, los Killers, Jay Z) sin audiencia, lo cual es un poco extraño, aunque no deja de ser divertido.
Ahí Pachi tiró la toalla y se rajó de nuestro planazo de ir al karaoke japonés que hay a la vuelta de la esquina. Mi objetivo en la vida es siempre ir al karaoke japonés cuando hay uno cerca, así que nos fuimos las dos allí a hacer el memo. Hicimos nuestros clásicos (Bon Jovi, Eminem, los Killers, Jay Z) sin audiencia, lo cual es un poco extraño, aunque no deja de ser divertido.
A la salida
nos enganchó un canadiense que hablaba de política como un americano cualquiera
(vamos, que no tenía ni puta idea) y que getó on my nerves un poco.
Tras la hora
de karaoke, lo mejor que se puede hacer en la vida es comer pizza. Así que así
hicimos, comimos pizza en Big Mario’s, satisfactoria decadencia 100%
garantizada con una buena New York Style Pizza.
La puerta del
Mario’s es como un nido de criaturas nocturnas que entran y salen y sobre todo
se tambalean. Esto hace que haya muchos taxis. Cogimos un taxi. Nos fuimos a
casa. Nos asustamos con la araña del picaporte. Nos fuimos a dormir.
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