Buenos días. Es el cumple de Aiti. Felicidades, Aiti!
Sí, me leí la trilogía entera de The Hunger Games, y qué?
Fui muy feliz. Seré la primera en juzgarte porque lees un libro feo, pero es
nuestro derecho hacer lo que nos salga de ahí.
Esta semana estuvo aquí, en el trópico, mi buena amiga
Polilla. Le dije que se trajese un pareo y unos paños pero no me hizo caso y
vino con una maleta llena de jerseys. Londres es impredecible.
El jueves estuvimos en el Royal Festival Jarl, en el
Soho, en Covent Garden, en TopShop... bajo el sol abrasante y entre la peña
medio en bolas, buscando unos zapatos de navajo (se estila la moda
nativeamerican este verano).
Buscamos un sitio para cenar. El Breakfast Club pretende
tener un ambientillo hipster y apto para ti y para tus sandalias veganas, pero
no tienen cerveza. Ni Coca Cola. Ni vino. No tienen una mierda. Menudo tugurio.
Nos fuimos por donde habíamos llegado. Habráse visto. Qué desfachatez.
Cenamos en el Soho Thai, que siempre pilla a mano cuando
no quieres pizza o hamburguesa. A mí ahí se me acaban las ocurrencias. Qué más
comidas hay?
Ese día empezó de nuevo el Challenge, y empezamos con 35K
pasos. No está mal. Para el final de este viaje Patricia me quería matar. Yo es
que me pierdo en el Soho, qué quieres que te diga. Pero visitamos Leicester
Square, que después de dos años, está terminada. Y pensabas que el mundo se
acabaría antes de ver esa plaza terminada. Pues no. Pero sí se acabará antes de
que construyan el intercambiador de Tottenham Court Road.
El viernes, tras un poco de trabajo, fuimos a Primrose
Hill a tomar unas Heinekens de Shepherds Foods, como dicta la tradición.
Conocimos a dos perros que jugaban sin parar, el highlight de lo que va de
década. Recordamos cómo la última vez que estuvimos allí juntas debía hacer -7
grados en una noche de Enero. El viento nos derribó al suelo, pero fue una
tarde fantástica.
Después, más tradición, un ratito en el Enterprise. Y
otro pub, con jardín, y el descubrimiento de The Diner, con unas buenas patatas
finas y hamburguesa de Portobello Mushroom que estaba bien rica, si bien la de
Pat parecía haber sido enviada a la Tierra por el mismísimo Dios Creador.
Y de vuelta al Enterprise, a bailar un poco con la gente
que llevaba camisetas de rayas.
A la vuelta, Pat experimentó “la vuelta del commuter”. La
Vuelta del Commuter consiste en ir en un vagón de tren viendo cómo los de las
afueras, algunos más borrachos que otros, devoran McDonalds, Burger King y KFC
en tu cara y llenan el ambiente de su rancio ketchup. Según el estado en el que
te encuentres tú, fellow commuter, querrás morir del asco o de la envidia que
te dan esas patatas fritas.
La Ida del Commuter, que nunca os he hablado de ella,
consiste en cómo las fellow commuters deciden que es el momento perfecto para
sacar su esmalte de uñas con extra de formaldehído. En estos casos es rara la
vez en la que morirás de la envidia, siendo el asco la sensación más común.
El sábado fuimos a Portobello. Rápidamente llamamos a
nuestros conocidos en Madrid para preguntar si quedaba alguien en la ciudad, ya
que parecía que el total de la población española estaba con nosotras en
Portobello.
Fuimos a casa de Damon, llamamos al timbre, le dijimos a
su hija que le dijera a su padre que se andase con cuidadito que le iba a caer
una hostia por cabrón, y luego nos fuimos hacia el parque.
De camino pasamos por el Churchill Arms que estaba
holgado de espacio, así que nos quedamos allí comiendo y tomando vino y cerveza
con un viejo que se sienta en la barra y se ofrece a hacerte fotos.
Después, un ratito en Kensington Gardens, oyendo el
musical de The Lion, The Witch and The Wardrobe. Pat se sabe todas las
canciones porque actuó en él.
Autobús número 9 a Covent Garden, pasando por el festival
de África que tanto le habría gustado a Car en Trafalgar Square, tienda Fred
Perry y paseo por el río hasta el Founders Arms. En el Founders Arms, mientras
esperaba en la barra mi turno como patrón #5,098,934, me pregunté sobre la
vida, y por qué estaba en este mundo para esperar tanto tiempo por una cerveza,
y por qué no moría y se acababa ese suplicio, o morían todos los demás y yo
podía obtener mi sustento, etc.
Nos sentamos mirando al río y a criticar la ropa de la
gente que pasaba. Mi pasatiempo preferido.
Y luego nos fuimos a Wimbledon al cine. Compré las
entradas que salieron gratis con mi tarjeta Odeon Premiere. Hacéos una tarjeta
Odeon Premiere. O mejor no, porque así usamos la mía y la que va gratis soy yo.
Vimos Moonrise Kingdom, y si la véis, sabréis por qué me
cabreé. Pero lo demás me pareció muy bien, y me gustó.
El domingo hicimos unas comprillas en Wimbledon antes de
salir y luego nos cogimos el tren a Waterloo. En la asfixia extrema de 50
grados a la sombra no sabíamos si sería buena idea coger unas Boris Bikes, pero
al final lo fue. Nada como la bici un domingo por la city con la brisa y el
humo de los autobuses. Me encanta.
Llegamos a Spitalfields, y tomamos unas bebidas
alcohólicas refrescantes y echamos unas fikas en The Gun. Y luego compramos
unos mapas, y comimos unas cosicas tibetanas al SOL de la MUERTE mientras yo
buscaba más cerveza sin mucho éxito. La encontré en el 1001, y nos abrasamos
tanto que después de eso nos cogimos el autobús a Oxford Street. Allí íbamos de
tienda en tienda por el aire acondicionado, y decidimos buscar un pub donde
tomar algo por Marylebone. Como soy gilipollas, no lo encontramos, pero pasamos
por el 221b de Baker Street. No me gustó mucho porque no estaba Benedict
Cumberbatch, pero bueno.
Echamos unas fikas en Regents Park con media humanidad y
un perro que quería jugar, pero luego decidimos volver a Wimbledon al pub
certero.
Y el pub certero es el Crooked Billet, en el césped con
un perro que había vivido en el Barrio del Pilar. Unos vinos y cervezas
después, nos fuimos a casa a cenar huevos fritos con patatas.
Aunque el Churk común ha sido ya abandonado por la
Polilla Común, el Churk común gusta de salir cuando no hace frío. El Churk
común se porta mal y todavía no ha hecho la cama ni fregado la taza. Churk
malo.
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